En la provincia de Albacete, situada en la carretera que une su capital con la de Murcia, está la localidad de Tobarra. Allí dicen que su Semana Santa es mundialmente conocida y debe ser cierto ya que, no en vano, sus celebraciones están declaradas de interés turístico regional y nacional. El que yo no hubiese oído hablar de ellas hasta hace unos días no resta valor a ese 'mundialmente'. El desconocimiento era debido más a mi torpeza que a otra cosa. El caso es que, ahora sí, estoy en condiciones de situar a Tobarra en el mapa, ya me ha llegado la onda. Ya sé que cada año, llegadas las cuatro de la tarde del Miércoles Santo, miles de tobarreños -a la vez- se aprestan a aporrear el tambor y la tamborrada no ceja hasta las doce de la noche del Domingo de Resurrección. Alguien contó las horas y salían 104. Pues bien, institucionalizaron las fechas y los números, de forma que miércoles a las cuatro es miércoles a las 16, domingo a las doce es domingo a las 24 y 104 son 104, ni una más ni una menos. Pero, mire usted por dónde, este año tocaba el adelanto de hora en medio de la efeméride, lo que conllevaba un recorte y eso sí que no -104 son 104 y 103 es un coñac-, que por otros recortes no nos movilizamos pero las costumbres son las costumbres y si hace falta quemamos las calles y ¡muera Esquilache! El ayuntamiento, que otra cosa no hará, se rebeló contra la imposición centralista y editó un bando haciendo saber que allí cambiaban el reloj cuando querían y a esa hora, no querían. Lo dejaban, pues, para más tarde.
Los jugadores del Valladolid, en digno homenaje, quisieron ayer ejercer de tobarreños en todos los sentidos. Por uno, hicieron caso omiso al cambio de hora y cuando quisieron dar por iniciado su partido, el Mirandés llevaba ya dos goles en su mochila. El intento posterior, ya contracorriente, se difuminó ante lo imposible del empeño. Por otro, se mantuvo fiel a dos de sus costumbres. Si el Mirandés caminaba enfermo tras seis semanas sin vencer, nada mejor que una dosis de la aspirina que el Pucela siempre fue. Si no había conseguido la victoria en ninguna visita a los rivales de la Comunidad, no iba a ser este último viaje el que rompiera la tradición. Desde Kepa, tantas veces soporte, que, sin ser responable de ninguno de los goles, se mostró particularmente nervioso como si sobre su cabeza aún golpeasen las baquetas del ridículo gol que recibió en la selección; hasta Renella, un delantero centro en un equipo con otro jugador que ya ocupa su posición y que se siente obligado a encontrar un espacio en cualquier otro lugar de la procesión. Ayer, el hombre, corrió por todos los sitios como mozo que hubiera perdido su tambor. Así podríamos ir uno por uno, pues nadie se libró, y sumando desastres compondríamos la tamborrada pucelana en Miranda. Al final, el día de ilusión, el que podría haber sido el del reenganche definitivo, terminó con la cabeza de los aficionados como un bombo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-03-2016
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