En apenas dos versos, «el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos», Pablo Milanés comprime las sensaciones de quienes empiezan a darse cuenta de que en el viaje de la vida no hay marcha atrás ni billete de vuelta. El tiempo corre y con su pasar el mundo va haciendo camino en espiral. Pero hay algo inmutable: tome el mundo la ruta que tome, nosotros, cada uno, vamos poniéndonos viejos y mirando el pasado para huir, comparar o añorar. Dos relojes, el del mundo y el particular, que no siempre llevan la hora acompasada. Hace unos años, sea el caso,un par de señoras muy enseñoradas nos increpó a un amigo y a mí a la salida de una manifestación. Una de las mujeres tras lanzarnos una sarta de vituperios que para ella debían de ser ofensivos, remató la diatriba con aquello de que «con Franco se vivía mejor».. Mi amigo empezó a acalorarse con ánimo de responder, yo pensé que no merecía la pena. Sonreí y le di la razón: «Claro que sí, señora; seguro que entonces usted caminaba con más garbo, podía comer de todo y no le dolía nada. No dudo que entonces viviese mejor». Sin embargo, a veces, ese transcurrir del tiempo nos gasta una broma y se empeña en arrancarnos un arrebato de nostalgia. Ayer, sentado en la misma silla en que lo hago cada domingo que el Pucela juega fuera de Zorrilla, presto para ver el partido, la tele no terminaba de tomar la dirección de Elche.
En la sala de la redacción fuimos viajando de Tenerife a Mallorca haciendo escala en Almería. Pudimos ver con sana envidia la alegría de un Alavés que coloca de nuevo a Vitoria en el mapa de la primera división. Pero por más vueltas que dimos no hubo forma de encontrar una camiseta morada. Así que, aunque ante nuestros ojos se mostrase el presente de una televisión de pago que ofrecía mil posibilidades, tuvimos que aferrarnos a la vieja radio para, al menos, ir sabiendo si acababa por fin el suplicio de esta temporada. No era esa radio moderna que narra en paralelo el relato que se ve en una tele, no. Era la radio de las de antes, la que gritaba un gol a lo lejos y te dejaba quieto esperando que el locutor dijese dónde y de quién. Era aquella misma radio prohibida en el internado en que estudié, una radio prohibida de mentirijillas, a la española. No se podía llevar una para que no la tuviésemos todos y evitar jaleo, pero se hacía la vista gorda si alguno guardaba un transistor en la taquilla y la ponía en marcha el domingo por la tarde para que todos, algún fraile incluido, nos sobresaltásemos al grito de gol. Ayer volvimos un poco al entonces. Oíamos como la palabra gol se alargaba y callábamos esperando que completasen la frase con un «del Valladolid». Sobre todo durante ese ratito en que el Pucela iba perdiendo y temíamos, boli en mano, asignando puntos por aquí, quitando por allá, que llegase la última jornada con el aliento rival en la nuca. El gol llegó y solo dejó esa sensación de ‘menos mal’. Ni una sola sonrisa, ni un atisbo de alegría. Un triste menos mal que certifica la temporada más gris y anodina que recuerdo. Tanto que parecía medio contradecir a Pablo Milanés: nos íbamos poniendo viejos pero el tiempo daba la sensación de no querer pasar. Como si la temporada fuera interminable. Como si corriésemos sin avanzar y un monstruo de siete cabezas se fuese acercando lentamente. Nos despertábamos mirábamos hacia atrás, volvíamos a ver al monstruo, intentábamos de nuevo correr, seguíamos sin avanzar y así sucesivamente. Una pesadilla, un mal sueño del que parecíamos no despertar nunca del todo. Y que por fin terminó por más que aún quede el estrambote del próximo fin de semana.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-05-2016
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