Si algo permite al capitalismo vencer sus crisis, sobrevivir cuando parece herido de muerte, reinventarse y mostrar un nuevo rostro refulgente, es la facilidad con que sus diversos relatos cuajan, la sencillez con la que sus mitos se incorporan al imaginario colectivo. Naturalmente, existe también una estructura que sustenta estos relatos, que los transmite y los presenta como si fuesen la palabra revelada. Mas la base en que se cimenta la resistencia de este modelo económico es la fuerza intrínseca de sus sencillos mensajes. Una sencillez y una potencia que logra al no interpelar a ningún valor de carácter ético, más bien al contrario:el capitalismo apela a las debilidades del ser humano, de cada ser humano tomado de forma individual. Sin envidia, sin avaricia, sin egoísmo, el sistema caería. Su discurso dominante se desliza, por tanto, sin fricción. Cualquier alternativa, sea esta luego la que sea o muestre la cara que muestre, requiere un discurso ético y una explicación global, lo que convierte a su narrativa en un tocho farragoso y, por tanto, mucho más inaccesible.
Es más fácil introducir la idea de que las políticas actuales son las óptimas ya que así lo acredita la bajada de la tasa de desempleo que explicar el proceso de pérdida de ingresos de los trabajadores por la vía de las crisis cíclicas e inexorables de acumulación. Un apologeta de los primeros simplemente plantearía el dilema entre paro o empleo; uno de los segundos necesitaría de materiales teóricos más complejos para explicar que la dicotomía se produce entre dos vergüenzas que se dan la mano: paro o precariedad.
Cuando se trata de elegir, lo sencillo sería hacerlo entre dos alternativas contrapuestas y no entre dos gemelas. Así me gustaría que fuera para interpretar lo que ayer pasó en Zorrilla, pero resulta que no, que toca el camino difícil, el de elegir una entre dos vergüenzas. El Valladolid no hizo nada para ganar el partido, esto es un hecho. No es que perdiera, es que ni siquiera intentó que fuese de otra manera. Habrá quien piense -dado que era la última jornada y su rival se jugaba la vida- en paseos de maletines. Yo no lo creo, pero, puestos a elegir, casi lo preferiría porque mi interpretación deja a los jugadores en peor lugar: no han sido capaces de respetar su profesión, no se han respetado a ellos mismos. No voy a defender que nadie se venda, que traicione a los suyos por unas miserables monedas;pero me parece casi mayor traición la del que llega al mismo lugar por dejar de hacer lo que le corresponde, por una dejación de responsabilidades que tampoco tiene defensa.
Más triste aun es que este lamentable epílogo a una temporada lamentable pueda coincidir con la despedida de un tipo que encarna todos los buenos valores del futbolista: Álvaro Rubio.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-06-2016
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