Si ya de por sí es difícil adecuar la línea de nuestras expectativas al campo de lo posible, no digamos si ese listón nos la trazan desde fuera. La posterior frustración, es estos casos, podemos darla por descontada. Esta generación externa de expectativas se ha convertido en imprescindible para el desarrollo comercial y el sostenimiento ideológico que rige nuestras sociedades. Los distintos poderes económicos no tienen empacho en repetir a través de sus múltiples cauces eso de que ‘cualquiera puede ser o lograr lo que quiera, no existe límite alguno que lo impida’. Para ello siempre se refuerza la imagen del triunfador -aquel que, a pesar de todas las dificultades, alcanza cualquier cima- con una doble intención: mostrarnos que cualquiera lo puede conseguir y grabarnos que vivimos en un mundo perfecto en el que no existe discriminación colectiva alguna. Si Amancio Ortega es hipermillonario y tú no, parece natural que sea por tu pereza o torpeza; si Barack Obama logró ser presidente de los EEUU y Hillary Clinton puede serlo ¿cómo se puede hablar de discriminación por razón de raza o sexo? Lo primero nos culpabiliza, lo segundo nos amansa.
Pero además de estas expectativas, existen otras más de nuestro día a día. En este campo trabajan específicamente las empresas de publicidad, esas que tanto sirven para intentar vender una moto de cuatro cilindros como una moto electoral. Un anuncio publicitario no es más que un disparo a nuestra parte emocional con el fin de alterar los dictámenes de la racional, una bala que nos atraviesa presentando un muestrario de lo que nos falta para ser felices; no es otra cosa que un cebo al que pretenden que nos dirijamos. Cualquier material electoral -incluidos los discursos y los programas- ha ido adaptando sus formas a las de la publicidad comercial. Los unos venden números castrados para justificar su gobierno y aventurar un porvenir de ensueño, los otros abren el abanico a un futuro en el que el maná caerá del cielo. Puede que estos ardides no tuvieran repercusión sin el efecto de arrastre de la sociedad en la que vivimos, pero somos una sociedad de masas y, como escribiera el sociólogo francés Gustave Le Bon, “la masa siempre es intelectualmente inferior al hombre aislado”. Arranca, de nuevo, el lanzamiento de expectativas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-06-2016
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