Si ya de por sí es difícil desgranar qué es verdad y qué es mentira sobre lo que oímos en los relatos que cuentan lo que ocurre en nuestras inmediaciones, resulta misión imposible separar el grano de la paja en las espigas que brotan en territorios ajenos, lejanos y desconocidos. Más aún si el terreno en que germinan no es un campo fértil, sino el suelo pedregoso de una guerra. En estos casos, el desconocimiento real de la verdadera naturaleza de lo que ocurre, en vez de disminuir, puede aumentar conforme aumenta el caudal informativo. Es así en los aconteceres que por desgracia se han vuelto cotidianos en el territorio sirio.
Parece que cuanto más espacio ocupa en el territorio informativo, más nos liamos y menos sabemos. Un relato, aunque sea sobre lo real, para ser comprendido requiere una contextualización, una caracterización de los actores y una narración de los hechos concretos que sea coherente con el contexto y los actores. Pero una cosa es que el relato pueda ser bueno, otra que sea creíble y otra más que sea cierto. Desde antiguo ya sabemos que la primera víctima de una guerra es la verdad. Hasta ahora, sin embargo, pensábamos que quien pretendía ocultar la verdad simplemente mentía. Sabíamos que eligiendo unos hechos por muy ciertos que fueran, descartando otros y con unos altavoces lo suficientemente potentes, era sencillo contar una historia falsa que fuese digerida como cierta. Más aún si el cóctel se acompaña con las imágenes adecuadas. Sabíamos que dos bombardeos idénticos serán llamados ‘masacre’ o ‘liberación’ en función de quién lanzase las bombas. En la guerra que se desarrolla en Siria la verdad no perece solo bajo la mentira, se oculta también tras la complejidad. Son tantos los nombres, son tantos los bandos, son tantos los intereses, que resulta casi imposible para quien no lo estudie día a día y en profundidad formarse una idea cabal de qué esta ocurriendo. Sumemos otro factor: son más comprensibles los relatos maniqueos, aquellos en los que los buenos son buenos y los malos, muy malos. En Siria, por el contrario, se enfrentan malos y horrendos. Ante esta perspectiva, desinformación por saturación, hechos ciertos que conforman relatos falsos, podemos intentar conocer haciendo el recorrido contrario: estudiar el contexto y posteriormente comprender los hechos. Así nos pareceríamos al Real Valladolid. Pretenderíamos un discurso alternativo pero quedaría cojo. Tendríamos un contexto bien construido desde un centro del campo que domina, ayuda atrás y lanza hacia adelante, pero no encontraríamos la manera de completarlo con hechos que lo fundamentasen en el área de ataque. El Pucela merodea, se aproxima, pero con demasiada frecuencia le falta la contundencia de lo concreto. Parece amenazar pero la narración pierde credibilidad por inofensiva. Para vencer intentaríamos convencer pero con demasiada frecuencia nos quedaríamos en la teoría sin datos que la refuercen. Tampoco nos iría bien en clave defensiva. Frente las voces rivales no se escucharía la nuestra. La avalancha genera dudas, provoca errores y desarticula el discurso. Y vuelve la desconfianza. Becerra es el principal exponente. Mientras se permanezca divagando con los matices teóricos, sin concretar y sin altavoces, el discurso del rival siempre se terminará imponiendo. Aunque sea falso.
Parece que cuanto más espacio ocupa en el territorio informativo, más nos liamos y menos sabemos. Un relato, aunque sea sobre lo real, para ser comprendido requiere una contextualización, una caracterización de los actores y una narración de los hechos concretos que sea coherente con el contexto y los actores. Pero una cosa es que el relato pueda ser bueno, otra que sea creíble y otra más que sea cierto. Desde antiguo ya sabemos que la primera víctima de una guerra es la verdad. Hasta ahora, sin embargo, pensábamos que quien pretendía ocultar la verdad simplemente mentía. Sabíamos que eligiendo unos hechos por muy ciertos que fueran, descartando otros y con unos altavoces lo suficientemente potentes, era sencillo contar una historia falsa que fuese digerida como cierta. Más aún si el cóctel se acompaña con las imágenes adecuadas. Sabíamos que dos bombardeos idénticos serán llamados ‘masacre’ o ‘liberación’ en función de quién lanzase las bombas. En la guerra que se desarrolla en Siria la verdad no perece solo bajo la mentira, se oculta también tras la complejidad. Son tantos los nombres, son tantos los bandos, son tantos los intereses, que resulta casi imposible para quien no lo estudie día a día y en profundidad formarse una idea cabal de qué esta ocurriendo. Sumemos otro factor: son más comprensibles los relatos maniqueos, aquellos en los que los buenos son buenos y los malos, muy malos. En Siria, por el contrario, se enfrentan malos y horrendos. Ante esta perspectiva, desinformación por saturación, hechos ciertos que conforman relatos falsos, podemos intentar conocer haciendo el recorrido contrario: estudiar el contexto y posteriormente comprender los hechos. Así nos pareceríamos al Real Valladolid. Pretenderíamos un discurso alternativo pero quedaría cojo. Tendríamos un contexto bien construido desde un centro del campo que domina, ayuda atrás y lanza hacia adelante, pero no encontraríamos la manera de completarlo con hechos que lo fundamentasen en el área de ataque. El Pucela merodea, se aproxima, pero con demasiada frecuencia le falta la contundencia de lo concreto. Parece amenazar pero la narración pierde credibilidad por inofensiva. Para vencer intentaríamos convencer pero con demasiada frecuencia nos quedaríamos en la teoría sin datos que la refuercen. Tampoco nos iría bien en clave defensiva. Frente las voces rivales no se escucharía la nuestra. La avalancha genera dudas, provoca errores y desarticula el discurso. Y vuelve la desconfianza. Becerra es el principal exponente. Mientras se permanezca divagando con los matices teóricos, sin concretar y sin altavoces, el discurso del rival siempre se terminará imponiendo. Aunque sea falso.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-12-2016
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