Imagen de Tomás Arthuzzi, tomada de Revista Galileu |
José Luis Sampedro dejó
escrito que existen dos tipos de economistas: “los que trabajan para hacer más
ricos a los ricos y los que trabajamos (sic) para hacer menos pobres a los
pobres”. Marcaba esa raya tan solo entre los de esa profesión porque era la suya.
Cabría estirar esta línea separadora más allá del espacio de los fríos números
hasta alcanzar el territorio más cálido de las letras. Allí también, en el
primer grupo, trabajan cohortes de profesionales de la palabra cuya labor
amanuense tiene por objeto escudriñar el diccionario para encontrar esos
términos que habrán de ser los puntales retóricos sobre los que se asientan los
intereses de los grupos dominantes. Toman, perfilan, afilan y embellecen las
palabras para justificar la bondad de que las cosas sean como son; para hacer
creer que las medidas que se toman siguen las pautas de una lógica neutra; para
ocultar que el trasfondo de esas decisiones responde al patrón de una ideología
disgregadora.
Uno de esos descubrimientos es
la palabra ‘meritocracia’. Dicha así, suena contundente y entra bien, convence. A priori, parece sensato
que quienes cuenten con más méritos asuman los puestos de mayor
responsabilidad. La trampa no está en la palabra en sí, sino el significado con
que se le ha dotado últimamente tras ese ‘perfilar, afilar y embellecer’. En
primer lugar porque es utilizada para justificar una de las falacias de nuestro
sistema económico: cada cual está donde se merece en función de sus méritos.
Sin decir, claro, qué méritos se requieren; ocultando, claro, las distintas condiciones
de partida; culpabilizando de su situación a quienes no han tenido tanta
fortuna, ya que será, claro, porque no cuentan con esos méritos o no han sido capaces de desarrollarlos.
En segundo, porque hace creer que existe mayor
movilidad vertical de la que realmente existe. El paradigma del triunfador, de
quien ascendió varios peldaños en la escalera social, se presenta como ejemplo
cuando suele ser excepción. Curiosamente estos, verbigracia el recién elegido
presidente de Francia Macron, son los principales defensores de esta causa, se
han creído su propia superioridad.
Una sociedad meritocrática no
es muy distinta de otra en la que impere la ley de la selva; una sociedad cada
vez más desigual donde los leones, además, encuentran quien les escriba bellos
textos que justifiquen su dominio.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-05-2017
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