Valladolid vista desde el Clínico |
En algunos de los pasillos de un hospital, el tiempo parece
detenerse; tanto da si observamos desde una perspectiva realista, elucubramos
con material metafórico o nos ceñimos a constatar la potencia aristotélica de
las escenas.
En la vida -lo que mal llamamos vida y que no es otra cosa
que la suma de rutina y contexto- se abre un paréntesis, una acotación que se
aleja y nos permite tomar distancia del día a día que nos arrastra. Hasta allí,
apenas llegan ecos de lo que ocurre fuera y lo poco que llega suena, aún más, a
teatrillo. Vista desde esa distancia, la pantomima se muestra más claramente
como pantomima. Se cerrará el paréntesis, la rueda volverá a girar como antes,
nada parecerá haber cambiado; pero me da que, una vez se ha visitado el
territorio donde se dirime lo importante, el ruido producido por “el coro de
los grillos que cantan a la luna” me rechinará más si cabe. Y se desdeñará tal
ruido, pero no sin antes apostillar que es ruido.
El tiempo no frena, nada lo detiene, pero a veces, de tan
lento como transcurre, transmite la sensación de haberse echado el freno. Miras
hacia la ventana y lo que se ve es tal que un cuadro, una fotografía, un
instante detenido en el que sobresalen las torres de San Martín y la Antigua.
Siempre, una y otra vez, la misma imagen. Cambia la luz, pero es tan pausado el
movimiento que no se advierte. Como aquellas ranas que murieron al no percibir
que el agua, su agua, se calentaba poco a poco; como nosotros cuando, también
poco a poco, hacemos catálogo de todo lo que hemos perdido en este decenio
ominoso. Miras a la ventana y dices ‘se ha hecho de noche’ sin tener idea
cierta de en qué instante la noche se hizo.
Miras alrededor, junto a tu historia conviven otras
historias. El miedo está presente aunque se pretenda esconder. El ser humano,
cada ser humano, está vivo en realidad pero es un muerto en potencia. A todo el
mundo, más o menos tarde, se le parará el reloj, se le detendrá su tiempo y
esta vez será de verdad. El tiempo, la vida, ya quedará solo para todos los
demás. Miras alrededor, te miras a ti mismo. No quieres que lo que
inevitablemente llegará, te pueda asaltar de golpe, pero se te hace presente,
muy presente, al menos como posibilidad.
El paréntesis se cierra; el tiempo, paulatinamente, adquiere
aquella velocidad de crucero. La vida sigue.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-11-2018
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