jueves, 20 de diciembre de 2018

XIX Y XXI EN LA COCTELERA

Imagen tomada de ctxt.es
La realidad del siglo XXI sigue bailando con una serie de conceptos que fueron haciendo fortuna en el XIX, los referidos al entramado nación-nacionalismo y a ese revuelto que mariposea en torno a la relación entre nación política y nación cultural. La perversa historia del intermedio siglo XX pudo haber servido como vacuna -no hay como navegar sobre las turbulentas páginas de su historia para comprender el riesgo que nos supone manejar un material tan inflamable como el que separa las personas en un ‘nosotros’ y un ‘ellos’ identitario, para pensar que no podemos ser tan imbéciles de querer jugar de nuevo a lo mismo que entonces ya estalló- pero da la sensación de que la experiencia, si es en cabeza ajena, de poco sirve.
Hemos ido viendo cómo en nuestro entorno rebrotaban proyectos políticos que repetían, si bien perfumados con aroma de modernidad, aquellos viejos discursos. Vimos después cómo esos movimientos iban cogiendo vuelo según iban logrando alguna de sus aspiraciones políticas, aunque fuera por la vía del contagio: su principal éxito fue el de impregnar con sus programas a otras organizaciones que decían pretender contrarrestar el discurso identitario.

España parecía una excepción. No fueron pocos los análisis que se realizaron para tratar de entender y explicar la razón por la que no cuajaba electoralmente ninguna opción política que rezumase españolismo. Electoral y socialmente parecía que el nacionalismo español no existía. De hecho, la palabra nacionalista solo se utilizaba, y de forma peyorativa aunque ellas se definiesen así, para referirse a las organizaciones que operaban en los territorios periféricos y que cuestionaban el statu quo territorial. Nacionalista, ya se sabe, es siempre el otro.

Todo esto cambió de golpe tras el recuento de las elecciones andaluzas La excepción española dejó de ser tal. No fue ninguna sorpresa. De no haber sido entonces habría sido poco más adelante. Se estaban dando todas las condiciones, la tormenta perfecta, para el alumbramiento, para que el nacionalismo español emergiera. Digo emerger porque en realidad siempre estuvo ahí, vigilante, callado, dejando hacer mientras nadie cuestionase las líneas de fondo de la política española. Una crisis económica unida a una crisis territorial en un escenario de pérdida de confianza ha sido suficiente. El nacionalismo del XIX navega, también en España, en un teatro económico en el que los estados pintan cada vez menos. Nos tendrán que explicar qué significa soberanía nacional. 



Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-12-2018

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