Imagen tomada de ctxt.es |
La realidad del siglo XXI sigue bailando con una serie de
conceptos que fueron haciendo fortuna en el XIX, los referidos al entramado
nación-nacionalismo y a ese revuelto que mariposea en torno a la relación entre
nación política y nación cultural. La perversa historia del intermedio siglo XX
pudo haber servido como vacuna -no hay como navegar sobre las turbulentas
páginas de su historia para comprender el riesgo que nos supone manejar un
material tan inflamable como el que separa las personas en un ‘nosotros’ y un
‘ellos’ identitario, para pensar que no podemos ser tan imbéciles de querer
jugar de nuevo a lo mismo que entonces ya estalló- pero da la sensación de que
la experiencia, si es en cabeza ajena, de poco sirve.
Hemos ido viendo cómo en nuestro entorno rebrotaban
proyectos políticos que repetían, si bien perfumados con aroma de modernidad,
aquellos viejos discursos. Vimos después cómo esos movimientos iban cogiendo vuelo
según iban logrando alguna de sus aspiraciones políticas, aunque fuera por la
vía del contagio: su principal éxito fue el de impregnar con sus programas a otras
organizaciones que decían pretender contrarrestar el
discurso identitario.
España parecía una excepción. No fueron pocos los análisis
que se realizaron para tratar de entender y explicar la razón por la que no
cuajaba electoralmente ninguna opción política que rezumase españolismo. Electoral
y socialmente parecía que el nacionalismo español no existía. De hecho, la
palabra nacionalista solo se utilizaba, y de forma peyorativa aunque ellas se
definiesen así, para referirse a las organizaciones que operaban en los
territorios periféricos y que cuestionaban el statu quo territorial.
Nacionalista, ya se sabe, es siempre el otro.
Todo esto cambió de golpe tras el recuento de las elecciones
andaluzas La excepción española dejó de ser tal. No fue ninguna sorpresa. De
no haber sido entonces habría sido poco más adelante. Se estaban dando todas
las condiciones, la tormenta perfecta, para el alumbramiento, para que el
nacionalismo español emergiera. Digo emerger porque en realidad siempre estuvo
ahí, vigilante, callado, dejando hacer mientras nadie cuestionase las líneas de
fondo de la política española. Una crisis económica unida a una crisis territorial
en un escenario de pérdida de confianza ha sido suficiente. El nacionalismo del
XIX navega, también en España, en un teatro económico en el que los estados
pintan cada vez menos. Nos tendrán que explicar qué significa soberanía
nacional.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-12-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario