El fútbol –camaleón, esponja, piraña, que se mimetiza para camuflarse haciéndonos creer que forma parte ineludible de lo cotidiano, absorbe todo efluvio de la sociedad y muerde la carne desgarrada de lo que se acerca– se incorpora, Pezzolano mediante, al grupo de los que coligan las acepciones de 'prescribir'. Con sus palabras, habitual extracto de manual de autoayuda, el técnico del Pucela, prescribió –recetó– sufrimiento a granel. En los anteriores partidos disputados en la lejanías de Zorrilla, el sufrimiento –más allá del desempeño, del marcador– apenas había ocupado espacio: desde el minuto uno, la derrota parecía más anunciada que el asesinato de Santiago Nasar.
El uruguayo explicaría la diferencia entre el permisible perder y el ultrajante no competir, y prescribiría –dispondría las medidas pertinentes y ordenaría– un cumplimiento estajanovista. Dicho y hecho. En el Pizjuán, el equipo dio réplica al Sevilla hasta el punto de hacer creer la posibilidad de retornar con valores contables. No fue porque los defensores, por momentos, se empeñaron en que el rival marcase. Y lo lograron aun mirando con demasiada frecuencia los dientes al caballo regalado. Temiendo el sobe por rutina de cada desplazamiento, esta versión espolea un poco el optimismo: algo, pensamos, se podrá rascar. Claro, regresa el pánico, que el partido puede mutar en trampantojo: este Sevilla ni se asemeja el equipo que su nombre sugiere.
Cerrado este capítulo, corresponde, obvio, persistir. La receta y la orden, mal que bien, han provocado una mejora. Pero si en el proceso no se recogen los puntos que oxigenen y mantengan, el remedio prescribe –caduca, se extingue– y queda sin efecto. En casa parecía otra cosa: a ver si en el próximo partido, venusino como las cavilaciones de Colina, se reafirme la pucelana solidez de local.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-09-2024
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