martes, 22 de abril de 2025

ACARREANDO LA PANTÓMETRA

 

 Foto: Rodrigo Jiménez

En las tarde-noches desocupadas de verano, cuando aparece algún incauto jovenzuelo recién llegado al pueblo, la chavalada de la generación del forastero organiza una quedada para salir a cazar gamusinos. Se le explica que los participantes han de separarse con el objeto de rastrear el mayor terreno posible y, mostrando la mayor cara de sorpresa posible, ante la segura pregunta sobre cómo son los gamusinos, se le responde con alguna vaguedad, que si es inofensivo, que ni grande ni pequeño, que hay que estar pendiente porque salen y entran rápidamente de las huras... El resto, ya lo conocen. Mientras el visitante, saco en mano, recorre infructuosamente las afueras de la localidad, los embaucadores vuelven al pueblo y esperan su regreso para celebrar juntos.

 

Claro, que también existe una versión de estos juegos de acogida a la que se recurre en los momentos de ocupación: al estar la chavalada faenando en alguna labor de la que el visitante desconoce los entresijos, para no tener que estar pendiente de él, se le encarga 'ir a buscar la pantómetra' a casa de –normalmente– las personas que le alojan. Si pregunta al respecto, se le contesta con una larga cambiada, ya lo vería cuando la trajese. Al final, como el forastero no lo sabía, la pantómetra era lo que cada cual quería que fuese, una amalgama de trastos sobrantes con la que llenaban el saco que habría de cargar de vuelta.

Ocupados en otras cosas como están los –iba a escribir rivales– equipos que juegan su partido ante el Real Valladolid, uno tras otro, se quitan de en medio al Pucela como a un desprevenido y desubicado forastero mientras transcurre el tiempo de espera para que sus tres puntos preasignados se conviertan en oficiales.

La cuestión es que a este incauto forastero en una categoría que no le corresponde le apetece poco celebrar las bromas, reír la gracias. Más que nada porque, en vez de recibirlo con una sonrisa, le despiden como una insignificante molestia. Y consciente además de que habrá de caminar hasta no sabe cuándo con el lastre de la pantómetra, un saco cargado de utensilios inservibles para la próxima encomienda.

Mientras, aún en esta, corresponde relatar un partido idéntico al pasado, al pasado del pasado y al posterior. Una especie de cansina condena que recuerda al pobre Sísifo pero empeorado. El equipo blanquivioleta ni se afana por una vida inmortal ni agota el ámbito de lo posible. No corre el riesgo de que la roca ruede monte abajo desde la cercanía de la cima porque no ha la ha alzado ni un palmo. No cabe vuelta a empezar porque el primer empezar se mantiene pendiente. Ni los dioses le atarean porque no necesitan condenar a quien no les reta. Albert Camus, mediante este mito griego, pretendió reflexionar sobre el suicidio. El filósofo, por lo demás buen aficionado al fútbol, portero en sus tiempos mozos, habría encontrado material de sobra para profundizar en su reflexión. Al final, Sísifo representa el esfuerzo sin premio, la labor que se desvanece antes de alcanzar el objetivo. El absurdo de la existencia aumenta cuando ni siquiera es posible el engaño a priori, cuando no existe músculo ni para deslizar la piedra unos centímetros.

El fútbol, eso sí, permite vida más allá de la muerte. Siempre ofrece una revancha. Vida al fin, aunque haya que acarrear un lastre que te lo cargaron tiempo atrás así, a modo de broma.

Publicado en El Norte de Castilla el 21-4-2025

 

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