lunes, 17 de marzo de 2003

REMINISCENCIA

El camino de la dictadura franquista a la democracia actual, la transición, se trazó con el lápiz del miedo. Unos temían que sus tripas colgasen del palo mayor como responsables políticos de la dictadura si el pueblo se soliviantaba; los que acababan de ser legalizados temían que las tripas que colgasen del palo fueran las suyas si los poderes fácticos reinstauraban la tiranía. Entre el miedo de unos y el pánico de otros, se pergeña un sistema electoral que, de facto, destruye el espíritu constitucional que asigna a cada cargo electo una libertad inviolable por mandato imperativo. Así, entre una asignación de escaños por circunscripciones que anula los votos de los partidos no mayoritarios y una elección en listas cerradas y bloqueadas, las oligarquías se perpetúan en el poder articulado ahora bajo las estructuras de organizaciones políticas mayoritarias en las que una mínima disidencia acarrea la guillotina en cuya tajadera se lee “disciplina de partido”. Por eso, mientras en Inglaterra dimite un ministro y la mitad de los diputados del partido del gobierno se oponen sin remilgos a las propuestas bélicas de su presidente, aquí no se mueve ni dios de su sillón. Aunque en la intimidad maldigan a ese cateto a babor que babea ante su capitán en la Cumbre de los Ozores. 

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