La primavera ha caído súbita sobre nuestras calles. Sobre el estiércol vertido y tras la lluvia de obuses, millones de flores han roto el hielo del desdén invernal de un gobierno guarecido en la madriguera obscura de una mayoría absoluta. Pero los osos tienen mal despertar cuando su letargo es perturbado por esa vehemente explosión vital.
Ruge el oso secretario general
Arenas teorizando sobre el pacifismo. La marabunta salvaje nos insulta y eso es
una falta de respeto, viene a decir. ¡Qué asco da! Mientras pulsan el botón
siniestro de la muerte al azar se ofenden como damiselas victorianas al oír la
palabra culo. Estos monosabios de tan buen vivir en su dictadura se
escandalizan ahora, mojigatas como putas conversas, por la existencia de un gobierno
tirano. ¿Se imaginarán corriendo a los búnkeres madrileños en un bombardeo
americano para eliminar al sátrapa que gobernó aquí cuarenta años? Sufren un
arrebato pastoral y se van de misiones a imponer la buena nueva de la
democracia a los que queden tras la masacre. Hasta el papa, su sumo pontífice
ante el que se arrodillan con peineta, les reprende; pero la caída del caballo
les ha dejado sordos y creen entender lo que quieren oír.
Me llamarán antiespañol para
ofenderme. Pobres. No se merecen ni respuesta. Ser español es un adosado
casual. Ser humano es la esencia. Ellos son humanos, muy humanos a la manera de
Nietzsche. Yo me quedo con el humanismo de Erasmo.
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