Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado”. Cuando el estómago aglomera el dolor presente a mi pluma sólo le queda como recurso recurrir a mis clásicos y recordar.
En el taller, un recorte de
prensa que narraba aquellos goles al Madrid de Lasala, Juanco y Coque que
condujeron al Valladolid a la final de Copa, en la mesilla el calendario de la
nonata liga y en la buhardilla la primera cabecera de “El País”. Gozar con el
fútbol y respirar libertad sin que la
hubiera. Un virus criminal no permitirá
que tu nieto mame bondad viajando por el norte de España conociendo gentes y sufriendo, a fuerza de costumbre cada vez
menos, con los goles encajados por el Pucela. Me queda el consuelo de que nada
se pierde, en el aire quedas y tu rebeldía emana de tu memoria. Memoria viva.
Lucharé por ser libre y disfrutaré del fútbol. ¡vaya que sí!. Tú te despides
como Miguel Hernández: “Adiós hermanos, camaradas y amigos, despedidme del sol
y de los trigos”.
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