Díceme Hoyas, a la sazón sufriente prior de
esta página, que los escribas que aquí garabateamos malamente nuestras ideas
somos una recua de desarraigados, que a la menor nos descarriamos por
vericuetos que nos arrastran allende la meseta. Vamos, que para el bueno de
Tomás conducimos nuestras letras hacia Irak, el tripartito o, cuando no, la
nostalgia nos seduce como aquella prima que vivía en el extranjero; pero que de
este páramo cuyo topónimo se engarza con el alambre de una conjunción
copulativa, ni letra. Tiene razón, lo que de por sí ya es un síntoma. Porque
Castilla y León no es ni por arriba ni por abajo. El techo que nos cobija no se
aleja mucho de los sueños frustrados de España eterna con las goteras
sin restañar que narraron los tristes hombres tristes de aquella generación del
98. Somos un vivero de nacionalistas de la España que se sintió imperial y que
aún espera que los designios de ese Dios uno y trino se posen sobre nuestra
hidalguía y nos sonría como pueblo elegido para gestas que engrandezcan la
historia de lo universal. Pero ya no estamos para trascendencias.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
jueves, 29 de abril de 2004
martes, 20 de abril de 2004
EL CRISTO Y LA BOLSA
Si hiciera caso a mis descreídos ojos y nada
más me preguntase, esos renglones de feligreses
escritos en las calles a lo largo de la semana santa obligarían a
reconocerme en medio de una sociedad henchida de un fervor religioso que, sin
embargo, el resto del año desmiente. Una contradicción nada aparente que en
principio me desconcierta.
Bajo las caperuzas de esas reatas de
penitentes que marcharon en filas de a uno se disimulan las caras de nuestros
vecinos mostrando resabios de una religión prescrita con analgésicos marca
dogma cuya modernidad se enarbola en pos de las treinta monedas que nos aporta
el gran fetiche futurista: el turismo. Mañana, cuando las tallas reposen en sus
aposentos cotidianos y muchos escondan sus convicciones religiosas para mejor
recuerdo en el mismo armario donde guardan almidonada la túnica de sayón, los
hosteleros harán cuentas.
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