jueves, 29 de abril de 2004

NUEVE PROVINCIAS DE ESPAÑA

Díceme Hoyas, a la sazón sufriente prior de esta página, que los escribas que aquí garabateamos malamente nuestras ideas somos una recua de desarraigados, que a la menor nos descarriamos por vericuetos que nos arrastran allende la meseta. Vamos, que para el bueno de Tomás conducimos nuestras letras hacia Irak, el tripartito o, cuando no, la nostalgia nos seduce como aquella prima que vivía en el extranjero; pero que de este páramo cuyo topónimo se engarza con el alambre de una conjunción copulativa, ni letra. Tiene razón, lo que de por sí ya es un síntoma. Porque Castilla y León no es ni por arriba ni por abajo. El techo que nos cobija no se aleja mucho de los sueños frustrados de España eterna con las goteras sin restañar que narraron los tristes hombres tristes de aquella generación del 98. Somos un vivero de nacionalistas de la España que se sintió imperial y que aún espera que los designios de ese Dios uno y trino se posen sobre nuestra hidalguía y nos sonría como pueblo elegido para gestas que engrandezcan la historia de lo universal. Pero ya no estamos para trascendencias.

Nuestro suelo se encapsula en una realidad pergeñada en el pasado y sin sentido en el día de hoy: la provincia. Una división tan inútil para trazar líneas que dibujen nuestro futuro cómo eficaz en la destrucción de proyectos comunes gracias al ansia competitiva o al enfrentamiento ancestral. Sirva a modo ejemplo; somos una de las comunidades con más aeropuertos por habitante pero si necesitamos un avión hemos de seguir el caminito a Madrid.

La España que se aviene nos atropella en lo económico porque no se adapta a nuestra psicología social, no entendemos el conjunto como unión de partes -eso que llaman pluralidad y que no es otra cosa que la voluntad de pertenecer a una misma realidad política por deseo de las partes y no por imposición- sino como un todo homogéneo. Y todo ello en el marco de una Europa que ya no será la teta que surta en parte nuestras viandas.

Tiene razón Tomás, pero es tan difícil escribir acerca de este trozo de mapa de cuatro colores que sólo es noticia en la información meteorológica, que espera que los días se sucedan uno tras otro con la rutina de un matrimonio cansado y que se desangra exportando lo poco que le queda: jóvenes que para comerse el mundo abandonan su tierra.
Entretanto, tras el resultado de las pasadas elecciones, Juan Vicente Herrera –aclaro, el presidente- decía que era hora de hacer política. ¿Qué se ha hecho hasta ahora? 

La alargada sombra del ciprés nos cobija.

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