Díceme Hoyas, a la sazón sufriente prior de
esta página, que los escribas que aquí garabateamos malamente nuestras ideas
somos una recua de desarraigados, que a la menor nos descarriamos por
vericuetos que nos arrastran allende la meseta. Vamos, que para el bueno de
Tomás conducimos nuestras letras hacia Irak, el tripartito o, cuando no, la
nostalgia nos seduce como aquella prima que vivía en el extranjero; pero que de
este páramo cuyo topónimo se engarza con el alambre de una conjunción
copulativa, ni letra. Tiene razón, lo que de por sí ya es un síntoma. Porque
Castilla y León no es ni por arriba ni por abajo. El techo que nos cobija no se
aleja mucho de los sueños frustrados de España eterna con las goteras
sin restañar que narraron los tristes hombres tristes de aquella generación del
98. Somos un vivero de nacionalistas de la España que se sintió imperial y que
aún espera que los designios de ese Dios uno y trino se posen sobre nuestra
hidalguía y nos sonría como pueblo elegido para gestas que engrandezcan la
historia de lo universal. Pero ya no estamos para trascendencias.
Nuestro suelo se encapsula en una realidad
pergeñada en el pasado y sin sentido en el día de hoy: la provincia. Una
división tan inútil para trazar líneas que dibujen nuestro futuro cómo eficaz
en la destrucción de proyectos comunes gracias al ansia competitiva o al
enfrentamiento ancestral. Sirva a modo ejemplo; somos una de las comunidades
con más aeropuertos por habitante pero si necesitamos un avión hemos de seguir
el caminito a Madrid.
La España que se aviene nos atropella en lo
económico porque no se adapta a nuestra psicología social, no entendemos el
conjunto como unión de partes -eso que llaman pluralidad y que no es otra cosa
que la voluntad de pertenecer a una misma realidad política por deseo de las
partes y no por imposición- sino como un todo homogéneo. Y todo ello en el
marco de una Europa que ya no será la teta que surta en parte nuestras viandas.
Tiene razón Tomás, pero es tan difícil escribir acerca de este trozo de mapa de cuatro colores que sólo es noticia en la información meteorológica, que espera que los días se sucedan uno tras otro con la rutina de un matrimonio cansado y que se desangra exportando lo poco que le queda: jóvenes que para comerse el mundo abandonan su tierra.
Entretanto, tras el resultado de las pasadas
elecciones, Juan Vicente Herrera –aclaro, el presidente- decía que era hora de
hacer política. ¿Qué se ha hecho hasta ahora?
La alargada sombra del ciprés nos cobija.
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