El
azar es un chico travieso que disfruta cambiando la letra de los planes
bien trazados. Por eso, cuanto más cerrados los tengamos, más sencillo
lo tendrá. Manu Martín, salmantino de origen, se fue haciendo hombre en
Rentería. Jugaba al balonmano casi por obligación. A principios de los
setenta el fútbol era un monocultivo, había poco margen para otra cosa. A
pesar de ello, en Guipúzcoa, el Balonmano iba construyendo su propio
hueco. Varios colegios se empeñaron en sembrar contra la corriente
deportiva hegemónica. El Sagrado Corazón de Rentería era uno de esos y,
aunque le tiraba más el pie que la mano, el niño Manu tuvo que elegir
entre balonmano y balonmano. Eligió y no le fue mal.
Tras
despuntar en el colegio se incorporó al J.D.Arrate de Eibar en el que
se terminó de formar como jugador. Sus planes le llevaban a estudiar
INEF y seguir haciendo carrera en su tierra de adopción que, en
realidad, era ya la suya. Pero se le cruzó la mili. Iba a ser un año de
paréntesis mientras esperaba la plaza en el INEF y, después, vuelta a la
normalidad. Primera parada León. Maniobras y espera de destino. José
Carlos Muñoz aparece entonces en su vida. Le convence para que juegue en
el recién nacido ACD Michelin. Suponía bajar una categoría pero existía
un proyecto, una idea, un sueño que, con quebrantos, dura hasta hoy.
Manu Martín es uno de sus cimientos. Vino a Valladolid, sólo quien viene
de fuera sabe lo duros que suelen ser los primeros pasos en esta
ciudad, para completar la dichosa mili e hizo escuela y vida. El equipo
ascendió a la máxima categoría y pospuso la vuelta. Lo merecían, dice en
dos palabras que resumen causa y efecto: la fuerza del colectivo
permitió el logro y el logro reforzó al colectivo. Lo merecían los
gestores del club, lo merecían sus compañeros, lo merecía él mismo y
siguió un año más a pesar de los esfuerzos de Juancho Villarreal por
llevarle de nuevo a Guipúzcoa, al Bidasoa de Irún.
La
ciudad hermética del principio se va abriendo poco a poco. Le
ilusionaron con el Proyecto del balonmano y posteriormente fue haciendo
la vida. Enraízan las amistades, se conocen chicas, primero en plural,
posteriormente en singular. Vino para estar un año y ya son más de
treinta, y lo que queda, al lado del Pisuerga.
Jugaba
de central, dirigía el juego de un equipo que crecía cada año, en un
deporte que crecía en la misma medida. Llegó a jugar catorce veces en la
selección, disputó unos juegos del Mediterráneo y a pesar de ello nunca
fue un profesional en sentido estricto. “Del Balonmano no se vivía y
compatibilizaba el deporte con el trabajo en la fábrica”. Era la época
de los míticos Goyo, Valero Rivera o Labaca. Centrales todos ellos que
hicieron que su deporte se fuera poniendo en hora con respecto al resto
de las potencias europeas aunque, por aquellos años, cualquier rival del
este te arrollaba. Recuerda con admiración a la Metaloplastika de los
ochenta. Ya retirado disfrutó del cambio al que había contribuido. Los
equipos españoles se apoderaron de Europa y el dominio pasó a manos del
F.C.Barcelona de su otrora rival en las canchas: Valero Rivera.
El
central de entonces era un director más puro que el actual. Manu, poco
más de metro ochenta, “era grande para la época pero si miras ahora…” Si
miramos ahora vemos que los dos jugadores más reconocidos del balonmano
vallisoletano son hijos suyos. Cuando todos los equipos de élite tenían
centrales fuertes y corpulentos, Raúl González y Chema seguían la
estela de aquellos centrales imaginativos, intuitivos, que conocían (y
amaban) profundamente el juego. La línea dinástica, tras la retirada de
Raúl y la venta de Chema, maldito parné, al nuevo rico Ciudad Real, se
ha roto.
Manu
se retiró a finales de los ochenta, “el equipo ya contaba con Cote,
Raúl Martínez y Raúl González en mi puesto”. El paso tuvo poco de
traumático porque no era un cambio de profesión ni de vida. Simplemente
supuso el punto y final a la puesta en práctica de una afición que le
impusieron y que se fue adueñando de él.
Hoy
Manu sigue trabajando en Michelin, uno de sus dos hijos sigue sus pasos
en el Universitario y disfruta “soy un aficionado de todos los
deportes” del privilegio deportivo del que goza su tierra, Valladolid.
¿Qué ciudad tiene tantos y tan variados equipos en la élite? Gocemos en
este momento, no vayamos a creer que esto será eterno.
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