Los
deportistas de élite son árboles que arraigan en el aire. Tienen
siempre preparadas las maletas para trasladar su residencia de una
ciudad a otra, además, entre semana, su constante trajín les impide
asentar el día a día: Van, juegan, vuelven. Días duros dentro de años
intensos pero que merecen muy mucho la pena ‘lo que se siente en una
cancha es una experiencia que no se va a repetir en ninguna otra
actividad de tu vida, el placer de jugar no se puede comprar’.
A
Miguel Ángel Reyes se le iluminan los ojitos mientras va extrayendo
recuerdos del baúl. En su caso, este traqueteo le trajo a Valladolid
desde Cáceres. Sus doscientos y pico centímetros no pasaron inadvertidos
para los hermanos Moratinos y este chico que jugaba en el Colegio de
San Antonio se le abrieron las puertas a un sueño: el de ser profesional
del Baloncesto. Corría el año 1985. Un año después debutaba en la Liga
ACB, enfrente el OAR Ferrol del mítico Anicet Lavodrama. A pesar de lo
dicho, la incorporación al equipo profesional fue progresiva y hasta dos
temporadas después no se consideró jugador del primer equipo ni estuvo
seguro de que convertiría en profesión a su afición. Retrotraerse a esos
años es recordar a un cuarteto de pivots que siguen en la memoria de
cualquier buen aficionado: Silvano Bustos, Mike Phillips y el gran
Juanito de la Cruz, ‘del Lagarto me impresionó su ambición, podría
pensarse que venía con una carrera hecha pero tenía las ganas de un
juvenil’. En aquella época su entrenador era Mario Pesquera y recuerda
la enorme presión a la que se veían sometidos. Después llegó la corta
etapa de Pepe Laso, ‘sólo estuvo un año pero fue el mejor de mi carrera,
me dio plena confianza al igual que a otros jóvenes como Lalo García’.
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