Es un
bocazas, pero es un buen gestor. Y ha dejado el centro de la ciudad precioso.
Este es el mantra que se repite con asiduidad cuando el nombre del actual
alcalde de Valladolid sale a colación. Visto así parece que estemos ante una
balanza que dispone a un lado una supuesta mala educación (o incontinencia
verbal, o como lo quieran llamar) y la contrapesa colocando en el otro platillo
unas supuestas bondades como gestor. No hay duda de que esta imagen ha calado
en una buena parte de las gentes de Valladolid y en estos reales se asienta el
alcalde cuando hace gala de alguno de sus habituales enfados. Pero la realidad
tiene poco que ver con esta imagen tan arraigada. Sus salidas de tono son la
cortina en la que esconde su mala gestión. Consigue que nos fijemos en el paño,
que discutamos sobre la calidad de su tela, pero que alejemos la mirada del
vacío que hay detrás. La buena gestión de la que hace gala es no es más que un
espejismo que en breve, por desgracia, no sólo se pondrá de manifiesto de forma
más evidente, sino que empezaremos a sufrir sus peores consecuencias.
Cuando
Javier León quiere argumentar esa ‘buena gestión’ solo ofrece un dato: las
urnas le refrendan una y otra vez. Y aún sin ser mal dato, conviene verlo con
algo de perspectiva. Pues si lo cotejamos con lo sucedido en otras ciudades,
esa tesis cae por su propio peso. Vayamos a ello. En época de bonanza es
difícil que se ponga de manifiesto lo desacertado de las principales decisiones
tomadas. El empuje de los nuevas obras que se acumulan dificulta el análisis
sosegado, y la continua novedad nos lleva a una especie de embriaguez o
encantamiento en el que cualquier crítica parece de agoreros.
España ha
vivido en un globo hasta que el ruido de su estallido nos ha despertado del
sueño del eterno crecimiento. Hasta hace tres años todos los ayuntamientos han
recibido ingentes cantidades de dinero a resultas del boom inmobiliario. Un
dineral a cambio de hipotecar el futuro de muchas ciudades, entre las que
Valladolid es más paradigma que excepción. Y si a esto sumamos los dineros que
llegaron de Europa podemos colegir que alcaldes y alcaldesas de ciudades de
tamaño medio o grande han disfrutado de más medios que en ninguna otra época.
Así, de inauguración en inauguración, es difícil evaluar si las decisiones
tomadas han sido las que estratégicamente más convenían a la ciudad, o si, por
el contrario, se estaban perdiendo oportunidades.
El dato
concluyente es que desde 1995 hasta hoy los cambios que se han dado en las
alcaldías de ciudades mayores de doscientos mil habitantes se pueden contar con
los dedos de un muñón. No queremos quitar mérito a su permanencia en el cargo,
pero la realidad es que, al no haber sido sustituido ninguno (o casi ninguno),
el mérito es más cuestionable. A los buenos gestores, como a los buenos
pilotos, se les reconoce cuando se enfrentan a condiciones adversas; y éstas
han empezado aunque aún no se han manifestado en toda su crudeza
presupuestaria. Y es curioso, por de pronto, que cuando se ha criticado tanto
(y con razón) a Zapatero por su tardanza en avistar la crisis, en nuestra
ciudad, con la crisis completamente desplegada, se han seguido haciendo obras y
manteniendo el tono presupuestario como si nada estuviese sucediendo. Ni
siquiera se ha modificado (y tiempo ha habido, sin duda) en los últimos años el
Plan Estratégico redactado tiempo atrás: esa es la falta de reflejos que pone
de manifiesto el actual equipo de gobierno municipal.
Pero fijémonos en tres asuntos fundamentales, que sirven para evaluar su gestión. El primero, las relaciones con los municipios del alfoz. El gobierno actual de
Otro
ejemplo de esa “buena gestión” es su irrenunciable empeño por caminar sobre la
frontera de lo legal lo que, con mucha frecuencia, le lleva a poner los dos
pies fuera. Un puñado de sentencias son muestra este proceder. Sentencias que
han obligado al ayuntamiento a hacerse cargo de costes innecesarios, y que han
llevado a ofrecer una sensación de caos e inseguridad jurídica urbanística muy
marcada.
Pero el ejemplo más llamativo, quizá, es el del soterramiento. ¿Cuántos años han hecho falta en otras ciudades para llevarlo a cabo? Aquí se han perdido al menos ocho años en un procedimiento muy mal llevado, en múltiples ocasiones desorientado, planteando concursos que luego se repitieron, contrataciones sin sentido y un planteamiento erróneo que lo ha ralentizado hasta extremos imposibles. Hoy nos encontramos con que, por su exclusiva responsabilidad, está la obra que ha venido proponiendo como fundamental de sus sucesivas legislaturas, plagada de dificultades. Ha desperdiciado los años de bonanza y no ha sido capaz más que de hacer el soterramiento… en el Pinar. Ese es el mejor ejemplo de su forma de gestionar la ciudad.
También
habría mucho que decir de ese otro papel en que se esconde, el hombre duro,
defensor acérrimo de los intereses vallisoletanos. Pues tampoco es cierto. O
por mejor decir, esa dureza que exhibe es un mal negocio para los
vallisoletanos. En definitiva, ese gobierno ideal del que presume no es más que
un decorado de cartón piedra creado para defenderse a sí mismo pero que nada
tiene que ver con lo que los hechos muestran. No nos engañemos: hay que
analizar el gobierno municipal del PP, y los méritos o deméritos del actual
Alcalde, no sólo por lo que dice, sino también por lo que hace.
Joaquín Robledo y Manuel Saravia
Publicado en "Delicias al Día" el 08-11-2010
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