Los que ya tenemos una edad nos acordamos de aquella serie
que respondía al nombre de Fama. La Fama cuesta decía la entradilla de cada
capítulo. Pues bien, los empresarios dueños de los centros privados debieron
ver la serie y se les clavó el estribillo. Porque su preocupación está más en
labrarse buena fama que en otra cosa. ¿Quién defiende, sin embargo, a la
enseñanza pública? La enseñanza es un derecho arrancado, como todos, tras años
de esfuerzos de quienes fueron antes que nosotros. Pero todo derecho se
defiende o se pierde. No podemos permitir que la enseñanza pública vaya
devaluándose en detrimento de la privada y/o la concertada. Para ello hemos de
ponerla en valor, darle fama. Y la fama es la suma de dos elementos: calidad y
exposición pública. Para darle más calidad es imprescindible el incremento de
los medios pero también creerse el valor del trabajo de todas las gentes
implicadas y llevarlo a cabo. La labor de todos redundará en el beneficio
colectivo: hemos de exigirlo y exigírnoslo. Pero además hemos de exponerlo para
que sea más reconocido. Sabemos que luchamos contra gigantes ya que vivimos en
una sociedad aún acomplejada tras largos años en los que el estudio era un
privilegio por quien lo recibía y por quien lo impartía. Pero ese privilegio ya
no es tal y nos corresponde reforzar las enseñanzas cada uno desde donde esté.
La enseñanza privada es un pulpo con mil tentáculos y con un dulce en cada uno
para atraer. Sabemos sus artes de seducción en las primeras enseñanzas, son
décadas de experiencia. Pero en las enseñanzas superiores no se quedan atrás.
Son unas recién llegadas pero han aprendido rápido. Malo es para la enseñanza
pública pero si además cuentan con el beneplácito de esta pasamos de tumor a
metástasis. El que se les permita exhibir su
dotes seductoras en los institutos públicos de enseñanzas medias es
dejar a las zorras cuidando las gallinas. Si apostamos por unas enseñanzas
públicas de calidad lo hemos de hacer con todas las consecuencias. Reivindicar
y trabajar por esa calidad que nos permita sacar pecho y hacer valer ese activo
que una sociedad no debe perder: la capacidad de acceso al conocimiento de toda
persona, cualquiera que sea su origen. Si horadamos el cimiento derribaremos el
edificio ante el beneplácito de los que anhelan ese solar.
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