Hemos escuchado mil veces ese
postulado físico que afirma que la energía ni se crea ni se destruye, solo se
transforma. Un postulado que, después de Einstein, sigue vigente si
consideramos que la masa es, también, energía. La rotundidad de la frase parece
contradecir a quienes pretenden poner de manifiesto que existe un problema
energético. Si es cierto que la energía
no se destruye ¿dónde está el problema? En no saber diferenciar energía de
energía válida para ser utilizada como herramienta, en no entender que cuando
la energía se almacena en forma de calor hemos pasado de tener una solución a
tener un problema. No es energía lo que falta sino capacidad para que solvente
las necesidades de una sociedad desarrollada con la premisa de que la energía
era infinita.
El descubrimiento del fuego, de
la rueda, de la máquina de vapor, la domesticación de animales para que
realizasen labores agrícolas o de carga, las aplicaciones de los hidrocarburos,
son considerados, con razón, hitos en la historia de la humanidad porque sirvieron
para multiplicar la energía que el hombre podía, por sí mismo, desarrollar. Hoy
cuesta menos sudor transportar miles de toneladas de uno a otro continente que
antaño mover unos kilogramos de una cueva a la vecina, trabaja menos mi hermano
labrando muchas más hectáreas que mi abuelo con su par de mulas.
Pero no todo iba a ser ventajoso,
la brutal necesidad de energía para poner en marcha a diario todos los
engranajes, nos ha convertido en sociedades dependientes del petróleo. Sin él
no habría nada de lo que vemos a nuestro alrededor, nos veríamos obligados a
reinventarnos. Pensar en ello parece descabellado, catastrofista, pero
analizando los movimientos geoestratégicos de las grandes potencias podemos dar
como ciertas las hipótesis de esos científicos agoreros que alertan del fin de
una era. En fin, conclusiones a las que uno llega cuando trata de entender por
qué hay más páginas dedicadas a las elecciones venezolanas que a las gallegas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-10-2012
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