Quizá fuese en casa de su abuela
Remedios, porque de labios de esta, al calor de la lumbre, había podido
escuchar el fragmento del Evangelio atribuido a Lucas que relata cómo Jesús, en
presencia de sus apóstoles, levantó la mirada y vio a unos ricos que ponían sus
ofrendas en el tesoro del Templo. Jesús, le decía la abuela, observó también cómo
una viuda pobre ponía dos pequeñas monedas de cobre en el mismo lugar y dijo a
los que le seguían que esta mujer había dado más que nadie, porque todos los
demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella dio todo lo que
tenía para vivir.
Tal vez hubiera sido paseando por
la orilla del canal de Castilla porque pudo oír a su tía Fernanda las viejas
historias de sus camaradas que dejaron de lado una vida cómoda para poner fin a
una dictadura, que se jugaron el tipo para mejorar las condiciones de vida de
sus compañeros. Pudo ser en una de esas caminatas porque le explicó que la
solidaridad no es ayuda sino compromiso, la capacidad de sentir lo que siente
el otro y actuar, por tanto, como si uno mismo lo sintiese.
Por eso, por haber sabido
escuchar, sacó sus propias conclusiones, y cuando la profesora de Sociales le
preguntó de dónde provenía la luz que llegaba a la Tierra, Miguel respondió con
toda la convicción de sus 9 años que llegaba del sol y de la luna. Y añadió
que, sin duda, la de la luna es mucho más importante porque, aunque sea poca,
nos permite ver por la noche; la del sol, sin embargo, aun siendo mucho mayor,
es menos necesaria porque se emite de día, cuando ya hay luz suficiente.
La profesora rio y trató de
explicar a Miguel que toda luz viene del Sol, pero el niño seguía pensando en
las palabras de su abuela y de su tía. El sol da lo que le sobra, la lunita buena
entrega todo lo que tiene. Y con estas cosas rondándole por la cabeza volvía a
casa buscando con su mirada al sol acaparador. Pero el día estaba nublado.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-10-2012
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