La letras de este artículo van tomando posesión de su terreno mientras Manuel Galiana protagoniza en el Teatro Zorrilla ‘Testigo de cargo’. La obra creada por Agatha Christie sirvió al maestro de maestros, Billy Wilder, para impartir otra de sus lecciones cinematográficas. El argumento parece simple, un treintañero atractivo es acusado del asesinato de una rica viuda con la que tiene una relación a medio camino entre una simple amistad y los amoríos que se podía permitir una dama de tal condición en la Inglaterra victoriana. Un abogado, probablemente el más reputado del reino, a punto de retirarse obligado por la edad y la poca salud, asume la defensa convencido de la inocencia de su cliente. Todas las pruebas parece que están en contra pero son circunstanciales, ninguna le puede condenar por más que siempre haya un hilo de sospecha. El fiel de la balanza permanece en todo lo alto y solo hay una persona, la mujer del acusado, que puede hacerla inclinar a uno u otro lado. En una doble y medida intervención, primero llamada a instancias del fiscal y después del defensor, consigue que el jurado obre según sus intenciones. Una frase final del abogado resume la dialéctica que late en toda la película: justicia y ley no van necesariamente de la mano. Es más, a veces la justicia y los procesos judiciales son como una tesis y su antítesis.
La justicia no puede ser otra cosa que una aspiración humana porque no está al alcance del hombre el conocimiento de toda la verdad ni tiene potestad de llegar al corazón de todas las personas para conocer las causas que propiciaron el delito. Visto así, cualquier sociedad solo puede aspirar a crear un sistema lo menos injusto posible pero siempre falible. Por esto es mejor un sistema garantista que prefiera un culpable en la calle a un inocente en la trena a todo lo contrario. Por esto sería bueno que la sociedad pudiera cuestionar (aceptando) las decisiones judiciales partiendo de los argumentos desgranados en los autos y nocivo que se atacase a los jueces cuando el resultado de sus deliberaciones no coincida con nuestros deseos. Pese a todo, existen circunstancias que imposibilitan el acercamiento siquiera al ideal de justicia, el más nítido se explica a partir de la distinta capacidad económica de los ciudadanos ya que quien tiene más medios podrá esquivar las consecuencias penales de sus actos al poder contar con un buen equipo de abogados que será capaz de entorpecer, mediatizar e influir en el resultado de una sentencia. Ya conocen el aforismo, es más fácil ir a la cárcel por robar una gallina que por saquear un banco desde los puestos de dirección.
Un partido de fútbol es, también, una pequeña sociedad con su normativa y sus jueces. Partiendo de la base de la falibilidad de estos, Borbalán no dio ni una, lo cierto es que hay equipos cuya estrategia se basa más en el estudio de los límites del reglamento, de las argucias para caminar sobre su filo, de la pericia para condicionar al juez, recordemos, un ser humano, que en las facetas propias del juego aunque sin olvidar estas. El Espanyol de Pochettino es uno de ellos. Al menos de momento es un equipo que no propone sino que imposibilita encrespando, que no busca el juego sino que lo evita, que conoce la cobardía de la mayoría de los colegiados para sentirse impune. Si el fiscal, llámese R.Valladolid, no está fino será incapaz de condenarle con la pérdida del partido. Con o sin justicia.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-10-2012
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