Confiamos demasiado en nuestra vista. Tanto, que otorgamos la categoría de cierto a todo lo que vemos. Olvidamos la sentencia que ya dejara escrita Marco Aurelio, el último del quinteto de los buenos emperadores romanos, hace casi dos mil años: “Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad”. Y lo que no es la verdad, puede, perfectamente, ser una gran mentira. Mentir, por tanto, ya no es (solo) contar algo distinto a lo que ocurre, sino mostrar únicamente el lado que interesa, bien al medio, bien a los participantes, ocultando todos los demás. Viene esta reflexión al caso tras haberse sucedido - transmitidos por la televisión- una serie de debates entre aspirantes a la presidencia del gobierno. Debates que son mentira, por mostrar una perspectiva desde la que se ve con distorsión, desde la presentación: en el modelo español no se elige directamente a quién vaya a ocupar tal cargo y bien pudiera ser que esta responsabilidad recayese en manos de alguien que ahora ni se sospecha.
Miente, también, el formato que se empeña en acentuar esa concepción presidencialista -que no es- mostrándonos a cada protagonista como si su poder fuese plenipotenciario. Yo haré, yo haré, yo, cuando gobierne, haré. Mienten los aspirantes, quizá creyéndose su propia mentira, cuando hablan como si la única posibilidad tras las elecciones fuese la de una mayoría absoluta que respaldase cada decisión que pudieran tomar, como si no fuese a ser necesario que, al menos dos de ellos, se tengan que poner de acuerdo para llegar a formar gobierno.
Mienten mientras asumen un papel mesiánico, sin explicar que, no vaya a ser que se les vean las costuras, dentro del marco de la OTAN (ninguno de los participantes lo discute) y de la Unión Europea (mucho menos aún), el margen de maniobra de un gobierno es muy pequeñito. Casi todo nos viene decidido desde fuera.
Miente, también, el formato que se empeña en acentuar esa concepción presidencialista -que no es- mostrándonos a cada protagonista como si su poder fuese plenipotenciario. Yo haré, yo haré, yo, cuando gobierne, haré. Mienten los aspirantes, quizá creyéndose su propia mentira, cuando hablan como si la única posibilidad tras las elecciones fuese la de una mayoría absoluta que respaldase cada decisión que pudieran tomar, como si no fuese a ser necesario que, al menos dos de ellos, se tengan que poner de acuerdo para llegar a formar gobierno.
Mienten mientras asumen un papel mesiánico, sin explicar que, no vaya a ser que se les vean las costuras, dentro del marco de la OTAN (ninguno de los participantes lo discute) y de la Unión Europea (mucho menos aún), el margen de maniobra de un gobierno es muy pequeñito. Casi todo nos viene decidido desde fuera.
Mienten en la elección de temas. Cultura, emigración (de fuera hacia aquí), cooperación internacional, crisis energética…y tantos otros temas quedan en el alero mientras se pelean por buscar solo los asuntos que, según ellos, encandilan a esas clases medias que deciden quién gobierna.
Hasta en la propia elección de quién va y quién no, ya hay elegida una perspectiva.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-12-2015
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