jueves, 16 de junio de 2016

MI MAYOR VICTORIA

La imagino sentada en su sillón relamiéndose mientras escucha el informativo. Ella, Margaret Thatcher, contempla cómo se culmina su obra. Ella, la hierática Dama de Hierro, se permite una medio sonrisa cómplice consigo misma, ahora es consciente de que ha ganado. No hace mucho que recibió una aparente mala noticia: John Major, su legítimo hijo político, había sido derrotado en las elecciones por el laborista Tony Blair. Pasado un tiempo pudo comprobar que, más allá de las proclamas, más allá de las medidas, su gobierno había sido de calado. Buena parte de las políticas más salvajes de privatización y recortes, las que quizá ni ella misma se hubiera atrevido a realizar, se fueron llevando a cabo con mucha menos resistencia social de la que tuvo que vencer en 1984. Ahora, tres lustros después, Tony Blair seguía sus pasos haciendo creer que representaba lo contrario. ¿Qué mejor triunfo?  Sus rivales ejecutaban su política. Del viejo laborismo no quedaban ni los restos. La señora Thatcher dejó dicho, para los que le quisieran oír, que ese jovenzuelo era el síntoma de su mayor victoria. Al fin y al cabo, esa tercera vía solo era una vía muerta, un recoveco dialéctico para llegar a ninguna parte.
Al fin y al cabo, los laboristas, bajo ese paraguas de que son los míos los que gobiernan, fueron dejando hacer; bajo la amenaza de que fueran los otros los que se impusieran en posteriores comicios, asumieron la impostura como mal menor.
Ese mismo mal menor en el que en España se refugiaron durante años los dirigentes del PSOE y que les servía para apelar al voto útil. Que si no nos votan viene la derecha, decían. Se les votaba y gobernaban (casi) como si fueran la derecha. Ese voto útil es, siempre fue, el mejor artefacto para que todo quedase como estaba, para que la política de este país fuese como los porfiados, esos muñecos que, los muevas como los muevas, los tires como los tires, siempre caen de pie porque todo su peso está en el centro. El PSOE no ceja en su empeño, pero quien viene a sustituirle le imita hasta en eso: rebaja su propuesta cada día y pide el voto para echar a Rajoy. Somos, dicen, el voto útil. El mismo que aupó a Tony Blair. Mi voto, lo siento, siempre fue inútil. Pero sigue siendo mío.  

Publicado em "El Norte de Castilla" el 16-06-2016

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