Imagen tomada de diariodelviajero.com |
Durante unos pocos días al año, en cada pueblo de estas tierras, dos
pueblos se superponen: el de ‘el Nini’ y el de ‘el Mochuelo’; el de ‘Las ratas’
y el que emprendió ‘El camino’; el que en realidad es y el que, aunque en
alguna ensoñación aparezca, nunca pudo haber sido. Este segundo, en términos
numéricos, se impone de forma abrumadora, aunque tan solo en esos pocos días
hacen sentir su presencia. El resto del tiempo, la gran parte del año, el silencio
sin más recorre las calles. Un silencio locuaz que no para de repetirnos que no
está ahí por sí mismo, que su presencia no es más que la ausencia del ruido de
la vida.
Sentado, distante, observo. Ahora que se ven, celebran el encuentro postergado
con una sonrisa, con un saludo, con un abrazo; conviven en este paréntesis
compartiendo unas cervezas; pero los sentimientos y deseos de uno y otro no
tienen ya punto de intersección ni empatía que les acerque. Mientras el pueblo
primero, el pueblo que queda, pisa un suelo que pide agua, mira azogado el
cielo que se la niega, remira buscando una nube que no aparece; el segundo, el
que se fue, disfruta del sol y se recrea en la terraza del bar comentando lo
bueno que hace.
Sentado, distante, observo. Pienso en lo que allí queda una vez el ruido
impostado de estos días haya desaparecido y el resultado es desalentador: casi
nada. Pero que la nostalgia no nos engañe: el éxodo fue porque no podía ser de
otra manera. La exuberancia vital de antaño se debía a que el campo necesitaba
manos; la pequeña distancia entre pueblos, a que el desplazamiento a la labor
se medía en pasos de mula. Llegado el tractor, empezaron a sobrar manos, a
envejecer las que quedaron; sobra ahora, aunque duela, tanto pueblo. Su
enfermedad es irreversible, terminal.
Ya, ni buena parte de quienes trabajan allí duermen en ellos: han creado
su hogar en la cabecera de comarca, donde hay instituto y centro de salud. Si
cabe alguna posibilidad de evitar la despoblación pasa por poner las cestas de
los huevos en esos núcleos. Los demás que vivan lo que tengan que vivir. Que se
cuide a quienes quedan, bien merecido lo tienen. Hasta ahí, no más. En este
caso, la respiración artificial tan solo sirve para prolongar la agonía.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-04-2017
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