lunes, 17 de abril de 2017

SIETE PALABRAS

Imagen tomada de Iglesia en Valladolid
No sé por qué, ando barruntando que jamás voy a recibir el encargo de pronunciar el Sermón de las Siete Palabras. Ya, ya sé que no obra en mí ninguno de los atributos requeridos, pero oye, tampoco juego a la lotería y, a veces, cuando el fin de mes acecha con el martillo, pienso que un pellizco me ayudaría a dar ese gran salto que lleva de la penuria a la simple pobreza. Bueno, para eso también pienso en dejar de fumar. A lo que íbamos, dado que nunca me podré encaramar sobre lo alto de una peana en la Plaza Mayor de la capital para este menester, aprovecharé esta ocasión que se me brinda:

Primera Palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Apenas habían pasado media docena de minutos y se acabó el camino llano, la cuesta se empinaba más de la cuenta. Parecía que los jugadores no eran conscientes del significado del partido, de la importancia de entrar enganchados desde el minuto cero. Perdónales (vaya, que esto es Valladolid), decíamos con la esperanza de una redención en forma de remontada.
Tercera Palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”. Otros seis minutos transcurrieron para que el camino pareciera sin retorno. En un estadio de Primera División, un equipo filial demolía al Pucela. Este, moribundo, se dirigió con admiración al club local para decirle, como si no lo supiese, que esos chavales tienen futuro. Después, se acercó a los chicos del filial y les dijo que son muy buenos pero que les queda mucho por delante, que se fijaran en sus mayores.    
Cuarta Palabra: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. Veintidós minutos, 3 goles. Al unísono aunque cada uno –afición, jugadores, cuerpo técnico…- por su lado se llevaron las manos a la cabeza. ¿Qué más decir?
Quinta Palabra: “Tengo sed”. En una extraña paradoja, los del Pucela pedían agua de la real mientras tapaban goteras y achicaban la metafórica.  Por un lado boqueaban deseando llegar al descanso; por otro, no sabían cómo frenar las acometidas rivales. En la última, cuando tenían ya la cabeza en el agua del vestuario, les llegó de la otra bien fría en forma de jarro.
Sexta Palabra: “Todo está cumplido”. El Valladolid se había mentido anotando un gol, un engaño que hizo creer que, entre las tablas flotantes del naufragio, se podía encontrar el baúl en que se guarda la dignidad. Un cuarto de hora duró la sensación. El gol del sevillista Ivi pateó cualquier atisbo de salir de allí con la cabeza medio levantada.
Séptima Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lo escuchó Herrera a principio de temporada en boca de Carlos Suárez. El sonido se reverberaba en la afición. Se lo decían con un tono optimista, eran rostros ilusionados. No en vano venía con el zurrón cargado de buenas experiencias. Era, se decía, pensábamos, la mejor opción. Él lo asumió como un reto. Ayer, su voz interior le susurraba un ¡tierra trágame! Pero el drama (o esperpento) no había concluido. Todavía faltaba otro. Y llegó. Hoy esa vocecita debe estar dando vueltas a si hizo bien en aceptar, a si hace bien en continuar. Suárez, el que encomendó su espíritu, no tiene la respuesta, no sabe a quién entregarlo ahora.    
Segunda palabra: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Salvo que sea con un poco recomendable, por efímero y falso, chute de cocaína no encuentro la ruta.
El postrer gol pucelano no sirvió ni para adecentar una imagen que se acomoda perfectamente al ominoso resultado. Sabemos que con frecuencia no es así, que el resultado no es el reflejo fiel de lo ocurrido, ni en el fútbol ni en casi ningún otro ámbito. No es el caso de lo que ayer pasó en Sevilla.


 Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-04-2017

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