Hemos entrado en un bucle infinito, ese ciclo que se repite una y otra vez sin ser capaz de encontrar el camino de salida. Lo que hace una semana parecía negro se emblanquece de la misma manera que entonces se ennegreció lo que llegaba pareciendo blanco. Gira de nuevo el carrusel y cambia otra vez la perspectiva que se abre delante de nuestros ojos. Da otra media vuelta la noria y nos volvemos a ver cerca del cielo, estiramos la mano, parece que está ahí, que lo rozamos, que las estrellas están a mano. La historia, de tantas veces contada, debería habernos convertido en refractarios a cualquier tipo de ilusión; pero aquí estamos y nadie podrá robar la esperanza, ese mirar la clasificación y contar con los dedos, ese fabular con lo que puede pasar todavía. Hace treinta años –ya treinta años– el dúo Álex & Cristina nos hacía saber que «los sueños no se pueden dominar» y, añado, si son buenos, ¿qué necesidad hay de hacerlo? Puede que lo sensato sea no construir castillos en el aire, vivir presentando el carnet de descreído. Puede, claro, así lo prescribe la razón y lo sugiere la experiencia; sin embargo, es demasiado aburrido. La verdad es que, bien visto, lo del Real Valladolid tiene su punto de gracia, se está convirtiendo en previsible su imprevisibilidad. Año tras año y no para de tararear el estribillo de la canción citada «cuando crees que me ves, cruzo la pared. Hago ‘chas’ y aparezco a tu lado, quieres ir tras de mí, pobrecito de ti, no me puedes atrapar». Con este equipo ya no sabe uno a qué atenerse. Cuando parece todo perdido, cuando les ves realizar un partido infame, cuando no encuentras argumentos para pensar en logros mayores, hacen ‘chas’, se sueltan un partido por encima de regular, se imponen por insistencia, y aparecen al lado de la promoción. Ahora, esta semana, lo veremos con otros ojos, los del optimismo. Así ha sido varias veces en la última época. Lo malo es que después, al intentar asentar esas buenas maneras, siempre llegó un bofetón. Es como si el alcanzar uno de esos puestos de privilegio le fuera imposible, como si al acercarse demasiado, la promoción le sonriese maliciosamente, se girase esquiva y le recordase que nunca lo conseguirá. Pero ‘nunca’ es una palabra que hace referencia al pasado. Que algo nunca hubiese ocurrido, no implica que no pueda ocurrir. Nunca nadie pisó la Luna es algo que solo se pudo decir hasta que Armstrong pudo lograrlo. Si algo nos enseña el fútbol es precisamente el poder de reilusionarse, de levantarse tras un batacazo, de encontrar un nuevo aliciente. Su historia, la de cada equipo, está plagada de decepciones que no pudieron derrumbar la esperanza de que algún día no fuera a ser así.
Hasta ahora, el Pucela ha recordado al protagonista de la película ‘El show de Truman’, un hombre cuya vida, sin él saberlo, se emitía por televisión. Para que el programa tuviera audiencia, los guionistas preparaban el terreno de forma que a Truman le sucedieran las cosas que el público buscaba. La primera condición era que él no supiera que su vida era una pantomima, que nada de lo que le pudiera ocurrir dependiera de su voluntad. La segunda consistía en que en la planificación de su vida hubiese ciertos aspectos que mantuvieran en vilo al espectador. El Pucela deambula a la manera de Truman, como si hubiera un guionista que no permitiese la caída absoluta de la emoción. De no haber ganado ayer, el argumento de la película se habría tornado insostenible, no habría por donde cogerlo. Sería un vivir rutinario esperando la nada. No cabría mirar arriba, ni mirar abajo; no habría espacio para el miedo ni para la ilusión. La vida de este Truman blanquivioleta habría dejado de tener aliciente. No se podía permitir. Pues nada, dicho y hecho: cuando ya no se esperaba, cuando las manillas del reloj apretaban, llegó el gol –chas y aparezco a tu lado– que permitía alargar una semana más el programa en antena.
Gira el carrusel, la noria empieza a subir, el cielo se acerca. Lo hemos visto tantas, tantas veces y siempre, al poco, llegaba la decepción que lo razonable sería no dejarnos embaucar para evitar ese final en que solo escuchábamos ‘pobrecito de ti, no me puedes atrapar’. Pero ¿quién se conforma con lo razonable cuando de sueños se trata? ¿Para qué dominarlos? Hasta Truman, cuando se enteró de lo insignificante de su existencia, quiso escapar de ese mundo de mediocridad.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-04-2017
Si la palabra nunca hace referencia al pasado ¿la palabra siempre hace referencia al futuro?
ResponderEliminarNunca y siempre parecen a la vez lo mismo y lo contrario.