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Cada cosa parece en su sitio, “el barco sobre la mar y el
caballo en la montaña”. Pero así, con cada pieza académicamente en su sitio,
pese a la armonía del funcionamiento colectivo del equipo, parece que no llega
para conseguir in triunfo que se va resistiendo. Es en esos momentos cuando
Sergio “con la sombra en la cintura […] sueña en su baranda, verde carne, pelo
verde con ojos de fría plata”. Sus compañeros entonces se agarran al asa de la
esperanza “Verde que te quiero verde” en forma de un chut que desbarate el
armazón defensivo del rival. “Verde viento” Daniele coge el balón, sabes que va
a disparar, lo sabes tú, lo sabe el compañero, lo sabe el rival y, a pesar de
todo, no hay forma de evitarlo, “Verdes ramas”, lo hace. De momento, dos en
copa, uno en liga, sus zarpazos “la higuera frota su viento” acabaron en la
red. El resto dejaron un ¡uy! y un lamento, las manos al alto, “compadre, vengo
sangrando desde los montes de Cabra”.
Ayer, sus disparos “grandes estrellas de escarcha” asomaron
instantes de peligro que no se certificaron por el buen hacer del portero rival
y “¿no ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta?” la impericia de
sus compañeros que, esperando el buen fin del disparo, no se percataron de que
el juego continúa, de que los defensas del rival “temblaban en los tejados
farolillos de hojalata” mientras la pelota flotaba en las inmediaciones de la
portería. Los suyos, “el barco sobre la
mar y el caballo en la montaña” cuando Verde
arma la pierna, saben, sabemos, que va a disparar. Deberían colocarse atentos
al rechace, vivos, fuera del fuera de juego, porque a buen seguro llegará la
visita que esperan. El balón “compadre, ¿dónde está, dime?” aparecerá, estará
allí “¡cuántas veces te esperó!” y el filo de la navaja será doble. Cortará el
disparó, ´sajará el rechace.
A pesar de ello, o
tal vez por ello, “el barco sobre la mar y el caballo en la montaña”, cada
pieza académicamente en su sitio, el espacio del Verde esperanza solo llega en
las postrimerías, cuando “mil panderos de cristal herían la madrugada” y no
queda tiempo para más que la desesperada. Es entonces, solo entonces, cuando
Sergio se rebela y no quiere morir “decentemente en mi cama”. Es entonces, solo
entonces, cuando “la noche se puso íntima como una pequeña plaza” el tiempo en
que Daniele encuentra su lugar en el verde. Seguramente querría más protagonismo y estaría dispuesto a cambiar “mi caballo por su casa, mi
montura por su espejo, mi cuchillo por su manta” sus minutos de agitación por una
presencia más constante. Mientras llega ese momento, Verde que te quiero verde,
durante setenta minutos “las cosas le están mirando y […] no puede mirarlas”,
aguanta en la baranda del banquillo. Por más que Lorca, don Federico García, al
igual que nosotros, asocie al verde con la esperanza y demos un respingo cuando
el italiano arma la pierna.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-11-2018
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