Europa es una
necesidad política, un salto cualitativo del cejijunto provincianismo a la
ciudadanía universal, de las esencias a los derechos. Pero el sueño de
generaciones -una Europa crisol, ariete de los derechos humanos, refractaria
por escaldada de aventuras bélicas o colonialistas, medioambientalmente
sostenible, abierta, solidaria, laica y comprometida con las condiciones de
vida de hombres y mujeres- se desvanece. A cambio, un lo tomas o lo dejas en
forma de constitución cambalacheada que trueca el sueño en pesadilla.
Europa perece hoy
en manos de unos pequeños políticos que nos tienen por lerdos o lo son ellos.
Políticos envarados en un traje demasiado ancho para sus tallas, que tras unas
elecciones al nosesabepaqué europeo, apenas hace una semana, lloriqueaban
quejumbrosos cuando advirtieron que no votaba ni dios, anteayer sonreían
flotando en la paradoja. Políticos que, sustancialmente de acuerdo en el apoyo
a un texto que otorga carta de naturaleza a una unión alejada de sus ciudadanos
y que entrega al sacrosanto imperio de los popes del mercado el grial de las
decisiones sobre la economía y con ella el todo que acarrea, fingen discutir
sobre nimiedades elevadas a categoría. Políticos, al fin, con un proyecto de
unión en las manos del que sólo discuten dos votos arriba tres votos abajo
rehusando el análisis a fondo de un proyecto encallado en disquisiciones
territoriales.
Al ejemplo me
remito; con la constitución en ciernes se celebran elecciones y los candidatos
de los partidos mayoritarios se enzarzan por todo... pero sin una palabra sobre
el contenido de la constitución más allá de vacuidades sobre su importancia
futura. Las elecciones dirimen el reparto de poder en un parlamento con
representación de veinticinco estados y todo cotejo posterior del resultado no
sobrepasa la barrera pirenaica. Y como aquí, los otros veinticuatro. Europa es
el armazón de un puzzle y parcamente
observamos más allá de la pieza que somos.
Se aviene una
Europa con graves lagunas democráticas, sin instituciones que respalden los
derechos de la ciudadanía, haciendo dejación de su fuerza en los foros
internacionales, sin presupuesto para ejecutar políticas de redistribución y
con la única pretensión de articular un mercado en el que los de a pie seguiremos
llenando nuestro cesto de incertidumbres. Un pequeño poder para cada estado,
una panacea para el capital, un laberinto para todos. Una Europa que peca de omisión.
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