martes, 26 de octubre de 2004

M.A.R.EMOTO

Algún entrenador de equipo modesto, cuando han de enfrentarse a uno de nivel teóricamente superior, para insuflar las dosis de moral necesarias a los futbolistas, suelen utilizar un socorrido argumento “jugamos once contra once” tratando de crear la sensación de igualdad, a priori, inexistente. Jorge Valdano adorno el eufemismo “el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y al final gana Alemania”. Muchísimo antes, Helenio Herrera aseveró que “con diez se juega mejor que con once” aunque, a pesar de ello, sus equipos alinearon de inicio siempre a los once permitidos. Pero, al fin, en cualquiera de las tres románticas afirmaciones presupone que el resultado final de un partido era algo que se decidía en el campo de juego.

Esto nunca ha sido tan así, los equipos con más medios tenían mejores jugadores y por tanto ganaban casi siempre pero además contaban con alguna prebenda, pongamos por caso, arbitral que en ocasiones falseaba lo que el puro juego hubiera resuelto. Se han dado, y se dan, casos a lo largo de la historia de clubes identificados con regímenes políticos que eran utilizados como imagen y eran privilegiados respecto al resto. Como en el resto de las actividades, la cercanía al poder, multiplica el número de goles marcados. Haciendo una síntesis entre Boskov y Ortega podríamos decir que fútbol es fútbol y su circunstancia.

Hoy, los clubes de fútbol, son empresas que manejan ingentes cantidades de dinero. Los éxitos deportivos aseguran la bondad de los balances económicos de los gestores. La cercanía al poder facilita, en buena medida, esa labor empresarial.

Es la única razón que se me ocurre para comprender la surrealista incorporación, a la directiva del Real Valladolid, de ese muñeco de guiñol que un día fue portavoz del gobierno de celtiberia.

Ceder parte de la labor directiva a quien hubo de ser despedido de su cargo en la Secretaría de Estado de Comunicación por su capacidad para generar un problema donde había una solución es una apuesta incomprensible desde un punto de vista estrictamente futbolístico.

Ha llegado el momento de marcar goles con la mano y el más tonto hace relojes de madera que andan.

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