Cuando aprendía a jugar al tute, los abuelos de Rasueros me apremiaban a sentarme con ellos para echar la partida: cuando hayas pagado unos cántaros de vino ya verás como dominas el naipe. Bien sabían que cuando el yerro se paga, la enseñanza no se olvida. No hace aún dos meses el Valladolid permitía que le remontaran dos goles en Soria. La lección fue explicada con nitidez, pero no la debieron asimilar. La resaca navideña condujo al olvido y de aquel partido nadie extrajo su jugo. Hoy se ha vuelto a repetir. el Almería, sin otro argumento que el deseo, ha tumbado al Valladolid en la lona de la vergüenza. El equipo pucelano en la segunda parte parecía un híbrido con la memoria de un pez y la ausencia de convicción de una oveja bobalicona. O eso, o no han pagado los pertinentes cien cántaros de vino requeridos lo que nos arrastra una reflexión de mayor enjundia. Estas derrotas se producen cuando mejor pintan las cosas, cuando la palabra descenso debería haberse alejado de nuestro vocabulario, cuando el nivel de las aspiraciones debería haberse elevado unos metros. Me rebelo contra este equipo como metáfora de la pobreza de espíritu que, de cuando en vez, asola esta tierra.
El Almería encontró terreno abonado en el miedo albivioleta. Con el marcador en contra y con un jugador menos cambiaron su estrategia, la coyuntura les impedía ganar por lo civil y lo intentaron por lo criminal. En estas, un equipo consciente del valor de esos tres puntos habría aprovechado la superioridad. Un equipo, por el contrario, poco exigente -¿poco exigido?- levanta el pie. El Valladolid ganó la parte académica del partido, pero perdió cuando se le requirió contrarrestar el fútbol que se aprende en la calle. Ese que encumbró a Hugo Sánchez, un futbolista con unos limitados recursos técnicos pero que ganaba a los defensas antes de arrancar los partidos por puro amedrantamiento. Lo mismito que hoy han conseguido sus pupilos. La convicción, el esfuerzo y la inteligencia ayudaron a configurar su mito. Tres cualidades que escasean en el Real Valladolid cuando no ven peligrar un objetivo, la permanencia, que lastra cualquier otra ilusión. Somos hijos de una sociedad pobre hasta para pedir. No valen más excusas para mostrar, de forma continua, el verdadero potencial del grupo. Quien se conforma con poco muere con menos.
Publicado en “El Norte de Castilla” el 16-2-2009
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