Comentan los expertos en teología futbolística que Dios es del Madrid. Hoy tienen un motivo más para defender tal aserto. Redivivo este domingo, en vez de a sus apóstoles, se ha aparecido a los del Bernabéu. El resucitado se gusta más en su versión de Medinaceli que tallado por Gregorio Fernández. También es cierto que esta liturgia milagrosa se venía celebrando domingo tras domingo y no nos ha cogido por sorpresa.
Resulta decepcionante para sus rivales acabar derrotados sin poder explicar el porqué. Hoy el Valladolid se ha sumado a la lista de agraviados. Equipos que plantan cara ante la aparente inofensividad de los blancos y que mueren del mordisco de una araña. El único argumento madridista es una fe inquebrantable en el escudo que portan. Fe del carbonero que mueve marcadores a la par que erosiona su antigua grandeza almacenada en color sepia de viejo álbum.
El Real Valladolid se dará cabezazos en las paredes del vestuario. Sus primeros cuarenta minutos han sido de manual. Cierto que ha adolecido de esa falta de capacidad de improvisación que separa lo correcto del gol, pero era impensable que al descanso marchasen cargando un tanto en contra. Un tanto del que Escudero deberá aprender que defender no consiste en estar sino en apretar y que bajar de más te aleja del objetivo; un exterior ha de bajar lo justo y morder. Es argentino pero parece de Cuenca. En la segunda mitad, los pucelanos, tras asumir que la lucha contra los deseos divinos es infructuosa, cumplieron con su deber pero sin ninguna convicción. Como Sísifo, los blanquivioletas acarreaban la piedra hasta la cima de la montaña con la consciencia de que volvería a caer. Esa lucha titánica contra su propia esperanza cobró sentido cuando Pepe golpeó a Goitom. Un penalti que anunciaba el empate pero que duerme en el limbo de los pobres. Contra Dios no se juega ya que, si inescrutables son las razones de sus designios, insondable es el pozo de sus argumentos. Esta vez fue por obra y gracia del Espíritu Santo quien se transfiguró en la forma de paloma arbitral y escamoteó la máxima pena para deleite de sus elegidos quienes, además, aprovecharon el desconcierto para castigar la rebeldía del enemigo con un segundo gol. Para más inri, éste se produjo ante la mirada impotente de un Iñaki Bea que ha lucido, por segunda semana consecutiva, un nivel que muchos no presagiábamos. En términos estrictamente terrenales sólo cabe decir que los tres puntos, como cantaba Alaska, han desaparecido y nadie sabe cómo ha sido. En fin…
Publicado en “El Norte de Castilla” el 13-4-2009
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