A mediados del siglo XVII, tras las sucesivas muertes de Richelieu y de Luis XIII, el duque de Lavalle pretende hacerse con el poder. El rey tenía apenas 10 años y su madre, Ana de Austria, la reina viuda, llama a los mosqueteros para poner coto a la rebelión. En el fragor de sus años mozos, D'Artagnan y sus tres compañeros habían cobrado merecida fama valientes, diestros y leales pero ahora sienten que sus huesos pesan más que los espadas que empuñan y envían a sus hijos a cumplir la misión encomendada. Con este hilo arranca la película 'los hijos de los mosqueteros' que Lewis Allen dirigió, para mayor gloria de Maureen O'Hara y Cornel Wilde, en 1952.
El partido de ayer se jugó a principios del siglo XVII. Los tres que eran cuatro mosqueteros aún siembran el pánico con su destrezas en el manejo de las armas y se están batiendo en feos duelos por mantener la hegemonía, sus hijos han dejado de jugar en las calles con inofensivos floretes que adornan su punta con botones en forma de flor. Hoy se atreven a entrar en escaramuzas con espadachines mayores sin desmerecer pero...aún están lejos de sus padres. Manejan el arte de la espada pero desconocen las artimañas de los duelos. No sorprendería, sin embargo, que en no mucho tiempo, los niños que hoy han visitado Zorrilla acaparen titulares ante el regocijo de unos padres que se sentirán orgullosos de sus vástagos futbolísticos mientras recuerdan, tan orondos como satisfechos, sus correrías de antaño.
Ayer, a pesar de su bisoñez, pusieron en serios apuros a un equipo de hombretones hasta el punto de varearles de lo lindo durante la primera mitad. Pero los hombres, siquiera por oficio o por blandura de sus barbilampiños oponentes, acabaron vivos la primera parte del duelo y pudieron hacer acopio de fuerzas en el tiempo de beber agua. El maestro de espadas pucelano aprovechó el rato para hacerles ver que, aunque vistieran ropaje de mosqueteros, no habían de tenerles tanto respeto. Visten igual pero son otros. El mensaje caló y poco a poco se fueron imponiendo. Un certero golpe dejó a los mozuelos acorralados contra la pared. Otro zarpazo estuvo a punto de darles muerte pero,por un centímetro, el hierro no tocó órgano vital alguno y se mantuvieron vivos. No es lo mismo herido que muerto sobre todo porque estos no te pueden matar.
Viendo que, en el cuerpo a cuerpo, los niños no podían desarrollar su esgrima de salón, los talludos blanquivioletas se confiaron y fueron heridos en un hombro. Ahora ambos sangraban por igual y volvían a combatir en terreno abierto. Sin embargo, en un intercambio de golpes de aparente tanteo, un hijo de mosquetero no pudo seguir contendiendo.
El maestro local, supuestamente hábil en el receso, volvió a su ser temeroso y ordenó a sus hombres que siguieran con el culo pegado a la pared. Pudo retirar algún miembro de la retaguardia para incorporar a un fino estilista pero decidió esperar y esperar. Cuando 'osó' dar el paso ya no había, aparentemente, tiempo. Pero lo hubo. Dos minutos de audacia fueron suficiente para desenmascarar una hora de miedo. El maestro naufragó y, curiosa paradoja, se salió con la suya. Debe llevar una flor de lis clavada en los glúteos. Un amuleto que ha sido eficaz durante los últimos meses del invierno y los primeros de la primavera para acercarse al objetivo mínimo. El riesgo es que, a medida que se acerque el verano, la flor se marchite. De no ser así ¿cómo se reza? un grupo de hombres con esta camiseta se enfrentará a D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramís. Debe ser que es muy tarde y escribo en medio de un sueño. ¿O no?
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-4-2011
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