El chaval caminaba sobre los acantilados en los
que el mar golpeaba produciendo sonidos como de viejo con carraspera.
Había salido, sin más, a dar un paseo. Andaba pausado, tratando de
aspirar todo el oxígeno que el reflujo del mar traía consigo, tropezó
por no mirar al suelo. Al agacharse pudo ver que no era una piedra sino
un libro el objeto que a punto estuvo de enviarle al suelo. Miró la
tapa. Química. Lo abrió por una página indeterminada, leyó, nitrato de
plomo, y levantó la cabeza. La agachó de nuevo, pasó de golpe un puñado
de hojas y volvió a leer, nitrato de cobre. Repitió la operación una
vez, nitrato de plata, y otra, nitrato de hierro. Cerró de golpe el
libro y lo lanzó al agua. «Si no trata de nada, vaya mierda de libro».
Imagino que leer el acta que haya podido escribir el árbitro produce una
impresión semejante. Goles, ni trato; tarjetas, ni trato; incidencias,
ni trato. Si en vez de por el acta, el juicio se realiza tras haber
visto el partido, deja de ser impresión para convertirse en
constatación: el partido fue para los amantes del fútbol lo que una
película de Ozores para la Seminci.
Una escena, solo una, puede rescatar la hora y media
de tedio: una falta diseñada en el laboratorio de Djukic que terminó en
el larguero. El valor de la jugada no estuvo en el fin, casi gol, sino
en el medio, la ejecución. En esta coincidieron dos de las artes
imprescindibles en el fútbol, el engaño y la precisión. Manucho fue el
señuelo, al fin y al cabo a él iba dirigido el balón en todas y cada una
de las oportunidades. Tras él, esta vez, se situó Óscar. El movimiento
del angoleño arrastró a todos los defensores del Cantón de Cartagena
quedando el salmantino solo para emular al general López Domínguez y
rendir a los cantonales. Por centímetros no lo consiguió. Después nada.
Dicho así pudiera parecer que los jugadores pucelanos
carecieran de actitud o aptitud. Ni una cosa ni la otra. El partido
nació trabado y no hubo destrabador que lo destrabase. No fueron capaces
de generar o de encontrar los espacios, pero se batieron con los
arrestos que se les debe exigir a los de su profesión dejando a un lado
las posibles especulaciones que relacionan el rendimiento con el cobro
de la nómina. Como otros profesionales, dicho sea de paso. Esta
plantilla está demostrando, con mayor o menor acierto, su implicación en
el proyecto deportivo demostrando que son, hoy por hoy, los pulmones
que siguen dando aire a un club mortecino. La afición, el corazón que
sigue latiendo, es consciente de que sus sístoles y diástoles mantienen
con vida, y mientras hay vida hay esperanza, a la institución. Pero
quizá se necesita un latido más fuerte ya que la camiseta del Valladolid
lleva impresos unos versos al modo de Bécquer. ¿Qué es Pucela? me
preguntas cuando fijo mi pupila en tu pupila azul. ¿Qué es Pucela?
Pucela eres tú. Pues eso, toca ser protagonistas de la recuperación.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-11-2011
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