Después
de los partidos del Real Valladolid busco un escondrijo mental para evadirme y
escribir en la cabeza lo que luego traspaso a este papel. Muchas de las veces
esos momentos de mismidad se producen mientras voy sobre la bici. Los primeros
pedales ahuecan el cerebro para que, una vez vacío, se vaya llenando de
renglones. Hay días en que se escriben solos, otros hay que arrancarlos de
alguna parte. Ayer parecía uno de esos en que no se me ocurría la idea que
hilvanara lo que pretendía decir hasta que, a medio camino, la rueda delantera
perdió todo su aire. Me bajé, cualquiera que haya tenido un pinchazo lo
imagina, maldiciendo todo lo nacido y apoyé la bicicleta sobre una pared
decidiendo si iba o volvía. Miré la bicicleta, estaba tan guapa como siempre, con
la misma sonrisa generosa, con el mismo gesto que te dice que cuentes con su
compañía y que siempre muestra antes de emprender cualquier viaje. La seguía
mirando, cada pieza estaba en su sitio, su cuadro, su manillar, sus pedales;
nada hacía pensar que mi leal compañera no iba a poder ayudarte como de
costumbre. Un detalle, un nimio detalle, hizo que su rostro se entornara, que
te mirase con esos ojos que pone cuando no puede dar más de lo que por sí
acostumbra. Le faltaba el aire a una rueda, le faltaba todo.
Decidí
volver y escribir desde casa. Caminaba a contracorriente del Pisuerga hacia el
Puente Mayor poniendo orden al montón de sensaciones que me había producido el
partido del Pucela y de repente recordaba que ayer en una tertulia alguien
preguntó por las razones de los últimos triunfos de la selección española. Es
el proyecto, dijimos, la idea. Antes se elegían a los mejores jugadores y no se
buscaba la complementariedad. Había que llevar a una mayoría de futbolistas de
los dos grandes, alguno del equipo de moda y unos cuantos para completar la
cuota de otros equipos importantes, usted ya me entiende, y que nadie resultase
enfadado, aunque ello supusiera que la bici no tuviera una rueda y sí cinco
pedales. Los triunfos vinieron tras el desarrollo de una idea. Ahora volvemos a
las andadas, las encuestas de los medios de comunicación preguntan quién es el
mejor delantero y cada afición defiende al suyo. Nadie pregunta quién es el que
mejor se amolda a la idea que ha funcionado.
El
Real Valladolid tenía una idea y unos jugadores que la llevaban a cabo pero el
eje del pedalier sigue lesionado y el aire de las ruedas no podía jugar por
acumular cinco tarjetas amarillas. Djukic decidió que para sustituir al primero
pondría unos piñones más ligeros y para reemplazar al segundo reforzaría las
cubiertas. Nada funcionó en este híbrido. Es cierto que en algún momento
tuvimos la sensación de que esta bici podría traer los tres puntos en el
transportín pero a la media hora Óscar Sánchez nos bajó de la nube. Por si aún
había alguna esperanza de que el invento arrancase, un error al principio de la
segunda parte nos condenó con un segundo gol cuyo autor -mucho te quiero
perrito, pero pan poquito- fue otra vez el que fuera lateral blanquivioleta
durante siete temporadas y que allí demuestra lo que ya dejara aquí patente:
con más o menos recursos, Óscar es un profesional como la copa de un pino.
El
hecho es que, en apenas quince días, el Pucela ha perdido los mismos partidos
que en todo el resto de la temporada. Que, además, ahora llegan de forma
consecutiva los tres equipos con los que tendrá que competir en pos de ese
ansiado ascenso y que las vibraciones han cambiado a peor. Hay, eso sí, un dato
para el optimismo: de los próximos cuatro partidos, tres serán en Zorrilla. El
principal equipo de una ciudad será lo que la esta quiera que sea. El estadio,
treinta castañas recién cumplidas, espera…que no le defraudemos. No se puede
esperar al final del viaje en la presunta fiesta de la Plaza Mayor para
celebrar un ascenso que, a lo mejor no se produce, porque no hay aire con que
llenar las ruedas cuando el equipo flojee.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-02-2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario