El refrán es el hermano inculto del proverbio. Este luce frac, se puede
expresar en latín, es citado en libros tan trascendentes como la Biblia
y forman parte del acervo del que los eruditos presumen. El refrán, sin
embargo, es más de boina, se pronuncia en un castellano de tierra
‘adentro’, solo se habla de él en libros sobados que van de una mesilla a
otra sin lucir en la estantería y resuena en los debates tabernarios.
Refranes y proverbios son hermanos porque son hijos de la misma madre:
la observación. Tienen, sin embargo, padres distintos: el proverbio es
hijo de la reflexión; el refrán de la experiencia vivida. Eso sí, tanto
el reflexivo padre que habla latín como el lugareño que se maneja con el
verbo propio de la Moraña o de la Tierra de Campos, no son infalibles. A
la reflexión siempre le falta más reflexión. A la experiencia, la
experiencia de otros, sobre todo la de esos otros que no pueden ya
aportarla. Tirando de refranero podemos encontrar, valga como ejemplo,
que ‘Dios aprieta pero no ahoga’. Todos los que lo oyen recuerdan algún
momento de apuro extremo del que lograron salir y el aserto va cobrando
fuerza. Y cobra más porque ningún ahogado está en disposición de
refutarlo.
En el descanso del partido de ayer, los aficionados del
Pucela sentían un apretón a la altura de la garganta, una especie de
soga les rodeaba el cuello y el oxígeno no llegaba en la cantidad
requerida. Todo lo que podía salir mal, había salido mal. En la mente
del aficionado, como si de la de un moribundo se tratara, se superponían
nítidamente imágenes de la vida pasada. Dios, y el descenso, apretaban.
El Valladolid, como una de tantas familias con problemas, llevaba un tiempo viviendo de los ahorros acumulados en el pasado. No faltan las buenas intenciones, ni se cuestionan esos valores antisistema (enfrenta generosidad a egoísmo, solidaridad a individualismo y cada uno aporta lo que puede y toma lo que necesita) que dan sentido y hacen posible que la institución familiar perdure. El Pucela no ha renegado de su juego, no ha caído en la tentación del sálvese quien pueda, patadón y tentetieso. Su juego, obviamente mejorable, responde a ese modelo que sigue respetando los valores futbolísticos aunque el caudal de ingresos se hubiera secado semanas atrás. Unos valores imprescindibles para la supervivencia, pero poca cosa si el viento de la necesidad se convierte en huracanado. Entonces la casa se resquebraja, aparecen goteras y las humedades se adueñan de las paredes. El buen juego se sigue practicando en ese terreno comprendido entre las dos áreas, pero en la de atrás falta contundencia para marcar el territorio, el portero duda, los defensas tiemblan, los rivales llegan y marcan. En la de adelante se percibe la ausencia de pericia, el balón llega fácilmente, los delanteros lo intentan, pero no se define y, así, de cada diez trabajos efectuados se cobra tan solo por uno.
Cuarenta y cinco minutos después el semblante había cambiado. Gracias, hay que decirlo, a que tener a tipos como Óscar, incluso con lo escrito la semana pasada, y Álvaro en la familia es un privilegio. Dos trabajos remunerados desataron la cuerda, el oxígeno fluye de nuevo, como recordatorio de un mal trance no quedan más que unas llagas en el cuello. El Valladolid respira y exclama a voz en grito que Dios aprieta, pero no ahoga. Otros, los que terminen con la nariz por debajo de la línea de agua, no podrán decir lo mismo. Nadie, empero, recogerá sus lamentos en ningún tratado paremiológico. La experiencia que vale es la de los que siguen con vida.
El Valladolid, como una de tantas familias con problemas, llevaba un tiempo viviendo de los ahorros acumulados en el pasado. No faltan las buenas intenciones, ni se cuestionan esos valores antisistema (enfrenta generosidad a egoísmo, solidaridad a individualismo y cada uno aporta lo que puede y toma lo que necesita) que dan sentido y hacen posible que la institución familiar perdure. El Pucela no ha renegado de su juego, no ha caído en la tentación del sálvese quien pueda, patadón y tentetieso. Su juego, obviamente mejorable, responde a ese modelo que sigue respetando los valores futbolísticos aunque el caudal de ingresos se hubiera secado semanas atrás. Unos valores imprescindibles para la supervivencia, pero poca cosa si el viento de la necesidad se convierte en huracanado. Entonces la casa se resquebraja, aparecen goteras y las humedades se adueñan de las paredes. El buen juego se sigue practicando en ese terreno comprendido entre las dos áreas, pero en la de atrás falta contundencia para marcar el territorio, el portero duda, los defensas tiemblan, los rivales llegan y marcan. En la de adelante se percibe la ausencia de pericia, el balón llega fácilmente, los delanteros lo intentan, pero no se define y, así, de cada diez trabajos efectuados se cobra tan solo por uno.
Cuarenta y cinco minutos después el semblante había cambiado. Gracias, hay que decirlo, a que tener a tipos como Óscar, incluso con lo escrito la semana pasada, y Álvaro en la familia es un privilegio. Dos trabajos remunerados desataron la cuerda, el oxígeno fluye de nuevo, como recordatorio de un mal trance no quedan más que unas llagas en el cuello. El Valladolid respira y exclama a voz en grito que Dios aprieta, pero no ahoga. Otros, los que terminen con la nariz por debajo de la línea de agua, no podrán decir lo mismo. Nadie, empero, recogerá sus lamentos en ningún tratado paremiológico. La experiencia que vale es la de los que siguen con vida.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-04-2013
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