El consejo atribuido a Sun Tzu es válido para enfrentarse a cualquier
circunstancia, pero es esencial para quien tenga alguna responsabilidad
en la estrategia militar: ‘Nunca hay que dar un paso si no se está
seguro del siguiente’. Al anecdotario de Hitler le ocurre lo mismo (con
perdón) que a las reliquias que encierran un fragmento de la corona de
espinas con que aquellos soldados romanos pretendieron humillar a Jesús
de Nazaret: si creyésemos que todas las anécdotas son ciertas, o que
todos esos trocitos de madera estuvieron donde dicen que estuvieron,
podríamos llegar a la conclusión de que el tirano habría vivido
doscientos años y que la cabeza del joven nazareno tendría una
superficie capilar cercana, en tamaño, a la del partido de Sigüenza. Una
de esas leyendas hitlerianas cuenta que el enajenado líder nazi, buen
seguidor de la consigna citada, reunió a sus asesores militares con el
fin de conocer las intenciones del ejército enemigo antes de decidir
cuáles habrían de ser los pasos a seguir. Para tal fin había pedido,
previamente, a cada uno de ellos un minucioso informe en el que deberían
recoger cuáles serían los próximos movimientos de los aliados. Tras
escucharlos, comprobó que apenas había coincidencia entre las
previsiones de cada uno. Hitler se levantó airado, lanzó los informes al
suelo y les dijo a voz en grito: ‘Seguramente uno de ustedes tenga
razón, el problema es que no sé quién de todos es’.
EL Real Valladolid cuenta en su plantilla con uno de los jugadores más intermitentes de la primera división. Una intermitencia acusada, porque cuando luce, resplandece, pero cuando se apaga, se oscurece el equipo. LLeva en la espalda el 10 de los genios, un número que de cuando en cuando merece, pero otras tantas veces no aporta más que el producto entre el 1 y el 0. Esta ciclotimia provoca entusiasmo cuando se enciende la bombilla y desesperación el resto del tiempo. En esos momentos Óscar pide el cambio a gritos. Cualquier otro haría más. Pero, ¡Ay!, siempre hay un pero, prescindir de la bombilla aparentemente fundida impide que de repente refulja. Los que le defienden, a pesar de todo, siempre esperan ese fogonazo; los que se desesperan le acusan de ser jugador de quince minutos. En el fondo, todos están de acuerdo. El problema lo tiene Djukic que suda con la misma duda que Hitler (insisto, con perdón). El entrenador cree que Óscar es jugador de un cuarto de hora, pero ¿de cuál de los seis que componen la hora y media que dura un partido de fútbol? Hoy ha vuelto a ser igual. El salmantino, con la excusa de la incomodidad que le produce jugar en una banda, ha realizado un partido intrascendente. Pero de repente invade el espacio que le gusta, aparece un balón colocado en óptimas condiciones y resuelve como lo hacen los más grandes de este deporte. Un gol que estuvo a punto de ser decisivo, un punto que voló en el último segundo. Mejor ni pensarlo, más que nada por evitar la cara de tonto. Aunque sería bueno aprovechar la rabia como impulso de cara al futuro.
EL Real Valladolid cuenta en su plantilla con uno de los jugadores más intermitentes de la primera división. Una intermitencia acusada, porque cuando luce, resplandece, pero cuando se apaga, se oscurece el equipo. LLeva en la espalda el 10 de los genios, un número que de cuando en cuando merece, pero otras tantas veces no aporta más que el producto entre el 1 y el 0. Esta ciclotimia provoca entusiasmo cuando se enciende la bombilla y desesperación el resto del tiempo. En esos momentos Óscar pide el cambio a gritos. Cualquier otro haría más. Pero, ¡Ay!, siempre hay un pero, prescindir de la bombilla aparentemente fundida impide que de repente refulja. Los que le defienden, a pesar de todo, siempre esperan ese fogonazo; los que se desesperan le acusan de ser jugador de quince minutos. En el fondo, todos están de acuerdo. El problema lo tiene Djukic que suda con la misma duda que Hitler (insisto, con perdón). El entrenador cree que Óscar es jugador de un cuarto de hora, pero ¿de cuál de los seis que componen la hora y media que dura un partido de fútbol? Hoy ha vuelto a ser igual. El salmantino, con la excusa de la incomodidad que le produce jugar en una banda, ha realizado un partido intrascendente. Pero de repente invade el espacio que le gusta, aparece un balón colocado en óptimas condiciones y resuelve como lo hacen los más grandes de este deporte. Un gol que estuvo a punto de ser decisivo, un punto que voló en el último segundo. Mejor ni pensarlo, más que nada por evitar la cara de tonto. Aunque sería bueno aprovechar la rabia como impulso de cara al futuro.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-04-2013
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