Pasean a diario por las mismas calles que nosotros, sus hijos acuden al mismo colegio que los nuestros, la crisis económica de nuestro país hace mella de igual manera en su día a día, pero estos días tienen una preocupación añadida. En su tierra natal se juega una partida de esas que si es difícil saber cómo han empezado, resulta imposible adivinar el rumbo que va a tomar. Iuliia Andriyevska, Tatiana Zhuravska, Oksana Guryn, Bogdan Marchuk y Vadim Bondarenko son cinco de los más de doscientos ucranianos que viven en Valladolid. Han querido compartir con El Norte de Castilla sus reflexiones y exponernos sus temores.
Van llegando de uno
en uno, en cada rostro se vislumbra la preocupación, esa forma de miedo
inconcreta, de temor a no se sabe qué cuando la mirada al frente no aventura
nada bueno. Al entrar en el bar en el que estábamos citados me encuentro a
Oksana Guryn que ya estaba esperándonos sentada en un taburete en la barra. Le
acompaña Chema, su marido, un vallisoletano con quien tiene dos hijos, los
saludo y les presento a Iuliia Andriyevska. Oksana muestra su sorpresa:
“¿También eres ucraniana?” Iuliia es la camarera que les ha atendido y no se
había percatado de que eran paisanas. Se ríen y se elogian mutuamente el nivel
de castellano. El punto de partida de Oksana es Staryi Sambar, una ciudad atravesada
por el río Dnister situada apenas a veinte km de la frontera con Polonia; el de
Iuliia está en la localidad de Skvyra, a poco más de cien km al este de Kiev,
el epicentro del terremoto ucraniano. A continuación entran Bogdan Marchuk y
Vadim Bondarenko, dos chicos que recién acaban de sobrepasar la mayoría de edad.
Ellos llegaron a Valladolid siendo todavía unos niños, pero no han perdido los
lazos con la tierra de origen de sus padres, son miembros de esa segunda
generación que eternamente padecerá la enfermedad del doble desarraigo, forasteros
aquí y extraños allá. La última en incorporarse es Tatiana Zhuravska. Al igual
que Oksana, lleva años afincada en Valladolid, aquí conoció a quien hoy es su
marido y aquí nacieron sus dos hijos. Ellos
dejaron Ucrania en su día, las cosas en la joven república no parecían
sencillas y eligieron emprender un camino cuyo destino tenía una escala, en
algún caso, si esto se puede afirmar alguna vez, puede que definitiva, en
Valladolid.
Al principio se
muestran tímidos, pero la ansiedad puede más y van estableciendo conversaciones
dos a dos, tres a tres, todos quieren saber de los demás pero también tienen la
necesidad de expresar lo que piensan, lo que sienten. Brotan sus temores, sus
inquietudes; expresan sus interpretaciones de los hechos. Nos sentamos todos. A
ratos se hace un silencio, a ratos hablan todos a la vez. Junto los nombres de
Yanukóvich y Timoshenko, anteayer desconocidos para la mayoría y que hoy
acaparan las portadas de los medios de comunicación, salen a colación con la
misma fluidez otros nombres que solo aparecen en la letra pequeña de las
noticias, los Paroshenko, Klichkó y demás.
A priori podría
parecer que están muy bien informados pero reconocen que no es así, que si algo
tienen claro es que todo lo que leen o escuchan está bajo sospecha. Conocen
gente que fue a Maidán, la plaza foco del conflicto, porque les pagaron por
hacerlo, de la misma manera también conocen a otras personas que se
manifestaron en un antimaidán por el mismo motivo pecuniario. El ‘Maidán’ más
que una reivindicación concreta fue la suma de insatisfacciones de muy distinto
pelaje. Los más radicales son los que permanecieron hasta el final y los que
han tomado el poder tras la marcha-expulsión de Yanukóvich. Son, dice Tatiana, nacionalistas
de ultraderecha que odian a Rusia casi tanto como se odian entre ellos. Si les
dejaran solos se terminarían matando. Una de las primeras decisiones que tomó
el Parlamento post Yanukovich fue derogar la ley que convertía en cooficial en
cada región cualquier lengua utilizada por más del 10% de los ciudadanos. Eso
según la ley, porque Tatiana, cuyo idioma materno es el ruso, cuenta que el verano
pasado tuvo que realizar unos trámites en Donesk y no encontró ningún documento
oficial en su idioma. Lo cierto es que las cosas han vuelto a su punto de
origen porque el nuevo presidente, Aleksandr
Turchínov, con el fin de templar los ánimos, vetó la iniciativa parlamentaria.
Iuliia, Bogdan,
Vadim, Tatiana y Oksana sufren, como los más de doscientos compatriotas suyos
que viven en Valladolid, desde la distancia pero en primera persona, el drama
de un país, el suyo, emparedado entre dos mundos. Devoran compulsivamente la
información, están pendientes del minuto a minuto mediante diversas cadenas de
televisión por satélite. Participan de forma frenética, sobre todo los jóvenes,
en los debates generados en las redes sociales como vk.com, en este punto
Bogdan recuerda que una reciente ley rusa permite al gobierno cerrar cualquier
página web sin necesidad de que un juez intervenga en la decisión. Pero, sobre
todo, mantienen contacto continuo con sus familias. Esto último, saber que de
momento están bien, les permite sonreír sin esconder que la incertidumbre llena
su vida de preocupación, esa forma inconcreta de miedo.
El peor de los
escenarios
El imaginario viaja
a Crimea, en esa península está una de las casillas más importantes de esta
partida de ajedrez. Un territorio repoblado por rusos y con una mayoría que,
desde la independencia de Ucrania en 1990, nunca terminó de sentirse cómoda en
este viaje. Cuestiones históricas y culturales laten a un ritmo desacompasado
al del resto del territorio. Tatiana plantea las similitudes de este caso con
el que desembocó en la Guerra de Osetia en 2008 y que terminó con los
territorios de Abjasia y Osetia del Sur independizados de facto de Georgia. La palabra guerra retumba pero, de
momento, insisten en ese ‘de momento’ no parece probable. Es cierto que el odio
y la división se han acrecentado pero no creen que se llegue a tanto.
Todo son interrogantes, tantos como explicaciones se
pretenden dar. En ellas se trazan líneas divisorias, pero ninguna explicaría
con certeza lo que está ocurriendo en Ucrania. Afirmar que los habitantes del
oeste del país viven enfrentados con los del este ocultaría que en ambas partes
existen sectores de la población con opiniones divergentes. Si trazamos la raya
entre la Ucrania rural y la industrial podríamos pensar que los congregados en
el Maidán, los que hicieron caer al gobierno de Yanukovich, eran una
muchedumbre procedente de las regiones eminentemente agrarias, pero esta visión
no se compadece con la realidad. Tampoco parece que sea un enfrentamiento
generacional entre una población joven que exige profundos cambios contra sus
padres y abuelos defendiendo lo malo conocido. Dividir Ucrania entre los que
tienen al ruso como su idioma y los que aprendieron ucraniano en sus hogares
nos haría olvidar que eran habituales las conversaciones bilingües. Cualquier
explicación parece una media verdad, lo que ya sabemos que es la peor de las
mentiras. Si a eso sumamos la guerra de desinformación, el panorama se
ensombrece aún más. Nada de lo que se oye se puede creer, pero en todo lo que
se escucha se busca una interpretación de los hechos que se van sucediendo.
Nadie se salva
De Yulia Timoshenko
cuentan que es una mujer de carácter, que transmite mucha fuerza y que suele
cumplir lo que dice, aunque, añaden con resignación, sabemos que es una
corrupta. Un coro acompaña esta última afirmación: ¿y quién no lo es? Oksana se
rebela, seguro que hay muchos políticos que no lo son, pero no tienen tanto
protagonismo. Viktor Yanukóvich tampoco se salva de las acusaciones de
corrupción, pero, al contrario que su rival, es visto como alguien mucho más
débil. Los nuevos nombres tampoco inspiran confianza. La gente, en eso
coinciden todos, ha perdido referentes, si hubiera elecciones muchos votarían
en blanco. La corrupción es intrínseca al sistema político en un país sin
apenas clase media, donde el poder político y el económico (los oligarcas)
caminan abrazados, Ucrania es un país en manos de unos pocos. Este hecho, sin
embargo, les lleva a pensar que no habrá una escisión entre el oeste y el este
porque esos pocos oligarcas tienen intereses en todo el territorio y no
permitirían la ruptura. Money is Money.
Otros tres nombres
más se ponen sobre el tapete: son los de Putin, Obama y Merkel; Rusia, Estados
Unidos y Europa, tres potencias agitando las diferencias en un país que hasta
ahora había sabido vadearse perfectamente con toda su complejidad. Son
conscientes de la importancia geoestratégica de Ucrania, al fin y al cabo el
propio nombre viene asociado etimológicamente a la palabra frontera, un
territorio aplastado entre dos imperios, deseado por ambos, codiciado por
intereses que van mucho más allá de la voluntad de los ucranianos. El fantasma
del intervencionismo titila de forma inexorable sobre sus cabezas, sienten que
están condenados a elegir entre uno y otro lado. Ponerse de acuerdo ya es más
complejo. Los más jóvenes, Vadim y Bogdan, oyen el nombre de Putin y se
enervan: “Putin es el diablo, se le va la pinza”. Rusia es la que marca el
paso, el sempiterno vecino gigante. O se está con ella o contra ella, y quien
está en contra recita aquello de los enemigos de mis enemigos son mis amigos.
Aquí entran de lleno los Estados Unidos. La Unión Europea es el intermediario
de estos, el enano político cada vez menos gigante económico pero que sigue
siendo el referente de modernidad y progreso al que asociarse. Estando en la
Unión, dice Oksana, el salario mínimo (en torno a cien euros actualmente) se
pondrá al mismo nivel de los otros países miembros. Ese entusiasmo deja un poso
de melancolía a quien esto escribe, una sensación similar a la que se vivía en
la España de principios de los ochenta, una mezcla de fascinación por la vieja
Europa y un halo mágico que conlleva a creer que de golpe, por pertenecer a la
Unión, todo será mejor.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 16-03-2014
Publicado en "El Norte de Castilla" el 16-03-2014
Alguno de estos ucranianos son unos 'euroentusiastas' muy ingenuos... La UE (Alemania y Polonia, en especial) también es culpable, pero que muy culpable, de lo que está pasando en Ucrania; primero, al reconocer a un gobierno golpista, y segundo, porque está implicada desde el principio en la revueltas del Euro-Maidán que han fragmentado más el país.
ResponderEliminarEstos 'euroentusiastas' del Maidán tenían que leer lo que este bosnio les dice:
ResponderEliminarhttp://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2014/03/ucranianos-os-lo-dice-un-bosnio-la.html