En uno de esos documentales sobre la
naturaleza que antaño emitían en la tele, y que quizá sigan emitiendo, con la
buena voluntad de facilitarnos una cabezadita tras la comida, un joven biólogo
narraba la forma de organización en las manadas de lobos. En un momento dado,
mientras nos contaba que eran los más jóvenes los que se encargaban de ir a
buscar las ovejas o cabras que habrían de convertirse en el alimento de la
comunidad, adornó la narración con un ‘aunque parezca sorprendente’. No cabe
duda de que el guionista era español de esta España donde lo normal, al
parecer, es que los viejos trabajen mientras los jóvenes, cual Vladimir y
Estragón, esperan en vano a su Godot particular llamado empleo. Debía pensar
nuestro guionista que los lobos jóvenes optan a salir a cazar presentando
infructuosamente un currículum en algún negociado de la manada mientras los
veteranos no dejan la plaza hasta la edad de jubilación. Pero no, los lobos
viejos esperan cómodamente sentados en algún claro del bosque que alguno de los
recién llegados a la edad adulta vuelva con las fauces manchadas de sangre tras
haber realizado la labor que a ellos les tocó en su día.
Por eso, cuando aquel
pastor del medievo, autor del romance de la loba parda, escribiera que le
correspondió a una loba vieja acechar a su majada tenemos que entenderlo desde
el miedo inveterado al depredador que estos hombres sentían. Un miedo tal que
convertía a todos los lobos de la historia en uno solo, en el enemigo
imperecedero, ese lobo, que viene el lobo que es siempre el mismo en el
imaginario colectivo. La loba del romance, que además de vieja, o quizá por
ello, era parda, patituerta y cojimanca, había de tener aún los colmillos como
puntas de navaja. Esta loba dio tres vueltas a la red sin conseguir sacar nada,
pero a la cuarta hincó el diente en una borrega blanca. Tres y otras tres veces
tres son las vueltas que el Real Valladolid dio ayer al redil de las ovejas
béticas muy bien guardado por un mastín en la portería. Vueltas y vueltas, unas
rápidas y otras pausadas, unas de forma continuada y otras abordando por
sorpresa, pero ni a oveja, ni borrega, ni cordera se pudo abatir, porque el
Pucela, de golpe, se ha convertido en loba vieja. Jugó quizá el partido más
completo de la temporada, en otras ocasiones ha dejado más destellos de
ferocidad, más muestras de agilidad o detalles de más calidad, pero ayer sí
parecía por fin un equipo fiable. Pero hete aquí que esta virtud llegó el día
en que le habían roto los dientes en forma de lesión de Roger, el único colmillo
de la plantilla. No es que el chico sea el único con capacidad para marcar gol,
no, hay otros, pero es el único que muerde a los centrales rivales, el resto de
los jugadores ofensivos blanquivioletas se encargan más de labores de
distracción o de buscar un cañizo roto por donde abordar al rebaño, pero diente
diente, no hay más, y se ha roto. Trabajo tiene el entrenador o el director
técnico para que el Pucela pueda volver a morder y no parecer más una vieja
loba o un documental que nos duerma a mediodía.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-10-2014
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