Amundsen y Scott habían pugnado por ser el primer hombre en dejar su
huella en el Polo Sur. Es de suponer que ninguna de las personas que formaron
las expediciones desconocía las dificultades que habrían de encontrarse. Apsley
Cherry-Garrard, uno de los integrantes de la expedición de Scott, las describe en
su libro ‘El peor viaje del mundo’: “Prácticamente todos los hombres que emprenden
viajes de gran envergadura por el polo deben plantearse la posibilidad de
suicidarse para salvar a sus compañeros…”. Cuando la expedición de Scott
llegó al punto deseado en enero de 1912 lo primero que hicieron fue observar
las huestes de Amundsen que ya estaban allí. El viaje, sin embargo, sería de
gran utilidad porque, a diferencia de los noruegos, los de Scott, más allá del
reto competitivo, tenían en mente otros objetivos de índole científica. Habían
perdido, pero, al fin y al cabo, perder y ganar son dos verbos igualmente
estúpidos si no van acompañados de un para qué.
Por eso mismo, los discursos promovidos por
dirigentes políticos que hablan de transformar las estructuras de nuestra
sociedad y que, a la vez no se apean del verbo ganar, recuerdan a aquellas
pegadizas canciones del verano. Son poco más que una partitura sencillita y un
estribillo pegadizo para que todos lo tarareemos casi sin darnos cuenta. Es
obvio que se necesitan cambios, que alguno se puede conseguir votando y dejando
hacer, pero una transformación requiere una implicación social que aún no
existe. Ganar, al final, es muy sencillo, basta con ponerse a favor de
corriente; pero tras esas pírricas victorias, si uno se pregunta ¿para qué?, no
sabría qué responderse.
Cuando las expediciones de Amundsen y Scott ya
habían escrito su página en la historia, un tercero en discordia, Ernest Shackleton, quiso organizar otra que recorriera el polo de lado a
lado. Para reclutar los miembros que le habrían de acompañar, puso un anuncio
en prensa: “«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío
extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura
el regreso». Esa es la sinceridad que se necesita de quien promete un cambio.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-04-2015
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