Las despedidas más dolorosas son las que no se producen, aquellas que podrían haber sido la vez anterior, esos puñetazos que te envían a la lona sin siquiera haberte percatado de que se iban a producir. Son tantas las veces que no sabemos que lo que estamos viviendo no se volverá a repetir, tantos besos que no sabemos que son el último, tantas palabras que no se pronuncian esperando mejor ocasión, son tantas, y, sin embargo, no aprendemos a saborear cada sonrisa, cada abrazo...Otra veces las despedidas son pacientes, se van dibujando cada día cuando la pérdida, siendo inexorable, se dilata. Quizá el dolor sea el mismo, pero el sabor es profundamente distinto porque nada queda en el tintero. Entre el abordaje de una y las certezas de la otra, se ubican aquellas despedidas que no se saben si lo son de forma definitiva.
En estas se encuentra el Real Valladolid que ayer, tras concluir el partido, saludó desde el centro del campo a los aficionados desconociendo si esos gestos con las manos habrán de ser un triste adiós o un esperanzado hasta luego. Hora y pico antes, quien más, quien menos, empezaba a asumir que el tren de la temporada en Zorrilla estaba en su última estación. La UD Las Palmas llevaba veinte minutos bailando una isa bajo la lluvia. Con un juego alegre y vistoso, con un ritmo cadencioso, empequeñecieron a un Real Valladolid que no conseguía detener el recital. Así llegó un gol, como pudo haber llegado otro. Veinte minutos. A partir de ese instante se dejó de ecuchar la melodía de los músicos grancanarios por el simple motivo de que la orquesta vallisoletana afinó sus instrumentos. De golpe, como por ensalmo, el juego virtuoso cambió de bando y el miedo hizo el mismo recorrido pero en sentido opuesto. El gol del empate, golazo de un majestuoso Hernán, llegó y el optimismo se instaló en el equipo y en la grada. Nadie creía ya que esto concluiría ahí, se trataba, sin más, de una estación de paso. Pero el mejor Pucela de la temporada no obtuvo fruto de un juego que se difuminó, no podía ser de otra manera, cuando sufrió dos severos accidentes en forma de expulsión. Aunque el público dictara su sentencia señalando al árbitro, los dos accidentes fueron menos achacables a este que a la pésima lectura pucelana de las condiciones del terreno (con agua las distancias de frenada son mayores y todo parece más aparatoso; conviene pues defender de pie). Quince minutos faltaban, tiempo para no derrumbarse y, al menos eso lo consiguieron. Pasado el trago, concluido el partido, las sensaciones se volvieron a mezclar. Queda un segundo partido, un encuentro fuera de casa que arrancará para los blanquivioletas con la desventaja de un resultado que (casi) le obliga a ganar. Será una lucha contra un equipo tan bello como un castillo encaramado en lo alto de una loma. Motivos para pensar en un adiós. Pero que, a tenor del partido de hoy y de los hechos acontecidos a lo largo de la temporada, da la sensación de que, al menor inconveniente, se vuelve de arena y sus granos se pierden en la playa. Además Hernán Pérez y Álvaro Rubio jugaránn con la camiseta blanca y violeta. Motivos, también, para soñar con que solo sea un hasta luego.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-06-2015
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