Cuando el escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán publicó ‘Luces de
bohemia’ se acuñó el término ‘esperpento’ para definir el género literario en
el que se encasillaba la obra. Ahora, casi un siglo después, se puede catalogar
dentro de este mismo epígrafe a una serie televisiva, ‘La que se avecina’.
Desde diversos atrios ha sido tachada de racista o machista debido a algunas de
las expresiones que en ella se repiten o al comportamiento de sus personajes. Lo
que en ella vemos, sin embargo, es una deformación grotesca hasta llegar a la
caricatura de los comportamientos que se repiten en nuestra sociedad. Esperpento,
puro. En la serie, ficción sobre ficción, uno de los actores encarna a un actor
que a su vez da vida a un médico en un culebrón. Uno de sus pacientes padece el
síndrome de Hunterton
Recklinghausen. Una enfermedad ficticia pero real en ese culebrón. Llegado un
momento de apuro, otro protagonista finge padecer dicho falso mal para recaudar
dinero y así hacer frente a un inminente desahucio. Le salió mal, como es
habitual. La razón, la propia periodista que concede la entrevista comprueba
que todo es una triquiñuela.
La
realidad, de nuevo, salta más que la imaginación de los guionistas. Varios
truhanes se han ido lucrando mediante una artimaña similar: fingir enfermedades
raras –propias o de una hija-, recorrer platós televisivos y recoger dinero
apelando a la buena voluntad de los televidentes. ¿La diferencia con la serie? Que
en los casos reales los periodistas no fueron tan perspicaces como los de la ficción
y el hilo del timo corrió y corrió. Descubierto el paripé, los mismos programas
que alimentaron la estafa, que hicieron caja revistiendo con el traje de héroes
dolientes a esos embaucadores, siguen facturando arrojando ahora a los
infiernos a esos que ellos se encargaron de elevar a los altares. Su necesaria
complicidad les ha dado rédito por partida doble.
La
televisión, esos ojos con que miramos al mundo, tiene el poder
de arañar nuestras entrañas, de generar sensaciones que inducen
comportamientos. En el campo de la política se ha definido ‘postverdad’ como la
situación en la que tienen más fuerza los sentimientos que las razones. En la
tele, que deforma la realidad más que los espejos del Callejón del Gato
Valleinclanesco, simple y llanamente, el negocio es la postmentira.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 16-03-2017
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