El miedo evita el miedo. El temor a los otros, el conocernos demasiado
bien a nosotros mismos, ha sido uno de los pilares sobre los que se ha ido
asentando el edificio de la convivencia. Nos aterroriza la posibilidad de
sufrir en nuestras carnes lo que sabemos que seríamos capaces de realizar si nos
encontrásemos en un contexto adecuado. Ese miedo provoca un acuerdo, no hacer
para no recibir, que tranquiliza las calles, armoniza la vida en común, relaja
el ánimo y, por fin, espanta el miedo. Cuando sentimos que ese pacto quiebra,
el miedo regresa y penetramos en un túnel que nos traslada a otra dimensión, a
otros tiempos. Cada noticia de un atentado en cualquier ciudad europea nos
introduce en ese territorio oscuro. Si a uno le sucede otro y otro, se extiende
un pánico difuso por injustificado que sea desde la perspectiva estadística. Más
aun si la muerte es anónima, casual y se disfraza de cotidianidad.
Inicialmente, la noticia nos produce un trauma que nos paraliza por lo
inesperado. Al poco, comienza la reacción. Una parte de la sociedad se come el
miedo, rasca resortes en la razón, se hace preguntas, busca una respuesta que
les permita entender lo que ha ocurrido para intentar afianzar un modelo social
que ha permitido extender la sensación de libertad; pero en otra, la reacción
es más abrupta: al percibir el hecho como una ruptura de las hostilidades, esa
parte de la sociedad vuelve a sentir ese miedo ancestral, da por rota su parte
del compromiso y se siente legitimada para responder con la misma moneda. Es
ahí, en esa mala gestión del miedo, donde encuentran acomodo esos profetas del
caos siempre dispuestos a elevar la temperatura y a azuzar esa sensación de
riesgo para poder erigirse como verdaderos valedores del orden. Les basta con
crear un malo perverso, difuminar los matices para dibujar con trazo grueso un
enemigo caricaturesco y lanzar al aire media docena de consignas
indestructibles por lo rotundo de su sonido para eliminar cualquier atisbo de
debate racional. Así, donde la palabra ‘terrorismo’ encuentra eco, todo está
permitido. Es por nuestro bien.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-03-2017
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