Foto "El Norte de Castilla" |
Es mentira; por más que se repita la sentencia, no es cierto que de forma general una imagen valga más que mil palabras. La imagen expresa, transmite, sugiere o impacta; tiene fuerza para alentar una sensación y garra para arañar una emoción. Solo necesita un impacto para penetrar, para arrancarnos una interjección. Con ese poderío, la imagen se ha configurado como un complemento ideal para la palabra, pero nunca (o casi) como su sustituta. En ese ‘casi’ entre paréntesis que indica la excepción, las palabras reemplazadas son muy pocas, muchas menos de mil. Un buen publicista nos diría que el mensaje que revela cualquier imagen debe ser rotundo, algo que pueda expresarse en una simple oración.
Habrá algún bienintencionado que diga que con las palabras se puede mentir y que la imagen capta un hecho incontrovertible. La primera parte es cierta, claro; pero la segunda, no. La imagen puede ser igual –o más– manipuladora que el verbo. No solo por las modernas aplicaciones que permiten modificarlas; existen multitud de formas –desde la selección de unas sobre otras hasta la elección del ángulo desde el que son tomadas– para aprovechar la imagen con la intención de transmitir lo que en realidad no es. Existen, sin embargo, imágenes de otro cariz. Son aquellas cuyo valor trasciende a lo informativo y se asientan en el territorio del simbolismo. No sustituyen a palabra alguna, representan simplemente lo ya sabido. El jugador pucelano al que vemos volteado, tanto da quién sea, se convierte en una alegoría del equipo. La realidad es de sobra conocida, el Valladolid se ha estancado y no avanzar es el primer paso para retroceder. Así, volcado y patas arriba, el grupo ha perdido peso y los individuos, confianza. Nadie aporta el arrojo para arriesgar y uno a uno se limitan a ejecutar acciones con el único propósito de no errar, de no cargar con culpas. Así se atenazan primero las ideas y luego las piernas hasta que todo resulta previsible. Incluso los errores que, por más que no se arriesgue, terminan por llegar. Así, pretendiendo revolverse para erguirse de nuevo, se producen movimientos espasmódicos que parten del banquillo y conducen a la nada. El técnico no se apea de un plan amortizado y cambia piezas engañándose a sí mismo, no queriendo ver que le han tomado las medidas. Las incursiones de los laterales, por ejemplo, que al principio desconcertaban, ahora son desactivadas con suma facilidad. Sin sorpresa, no hay premio.
Si hay una razón por la que la imagen goza de tan buena prensa con respecto a la palabra es por nuestra humana tendencia a la pereza. Una imagen necesita un segundo, mil palabras, al menos tres minutos. Una foto similar a esta podría haber sido captada en una final de un mundial y el jugador pertenecer al equipo campeón. Una imagen coyuntural que poco diría. La nuestra vale porque le acompañan palabras: es el Real Valladolid.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-12-2017
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