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De
una forma similar a lo que ocurre en la Física, en el devenir histórico se
cumple el principio de acción y reacción. Así, a cada periodo de compresión le
sucede uno de expansión y viceversa. De esta forma, las páginas de la historia
se van alimentando de movimientos pendulares que nos llevan de un lado al
opuesto en sucesivos movimientos de ida y vuelta. En esta nuestra España, tras
la muerte del dictador se produjo uno de esos momentos en los que el péndulo
viró de una orilla a la otra. De una libertad comprimida, menoscabada, se pasó a un terreno inexplorado, a un nuevo espacio en el
que hubo que experimentar en qué consistía el contenido de un término tan
hermoso que parecía abrirse de par en par.
La
pelea política, la de verdad, la que va más allá de los dimes y diretes entre
organizaciones políticas, se centra, precisamente, en eso, en conseguir que la
definición de las grandes palabras sea la que se corresponde a su visión del
mundo, a su ideario. La izquierda, vamos a llamarla así, se equivocó en la
medida. Por el hecho de venir de una época en la que poco se podía hacer,
asumió que ‘libertad’ era ofrecer la posibilidad de que cada cual pudiera hacer
lo que le pareciera conveniente. La palabra ‘responsabilidad’, hermana gemela
de ‘libertad’, empezó a caer en el olvido. Olvidaban sus clásicos, sin ir más
lejos, la propia letra de la Internacional dejaba apuntado aquello de “No más
deberes sin derechos, ningún derecho sin deber”. A la derecha de entonces,
básicamente conservadora, le asustaba esta visión de la libertad a la que
llamaban ‘libertinaje’. Pero en el mundo estaba empezando a tomar cuerpo una
nueva derecha que terminaría arrinconando a aquella: la neoliberal. A esta, al
contrario, le venía muy bien una libertad entendida desde el terreno del ‘yo’ donde
el único límite para la satisfacción de los deseos sería el precio. Y fue
capaz de imponer paulatinamente esta
visión en la que se apela constantemente a los derechos.
En
este recorrido se ha generado un subproducto que mezcla ‘el poder hacer lo que
quiero’ con el ‘tengo derecho a’, una visión infantilizadora que permite que
existan individuos que crean que pueden enfrentarse a la meteorología, subir el
Angliru en pleno temporal y exigir impertinentemente que no les hagan caminar
con el frío que hace.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-01-2018
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