En las elecciones catalanas, el gallo Ciudadanos se comió todo el maíz
que se había esparcido, un alimento con el que terminó de esculpir una figura
apolínea. Mientras, por desnutrición, el cuerpo de sus futuros rivales en las
contiendas españolas quedó hecho unos zorros. Poco, por no decir nada, han
tardado los fotógrafos de la demoscopia en mostrarnos que la cresta del gallo anaranjado
luce ya más alta que la del resto.
Las encuestas posteriores, por si quedaba alguna duda, han venido a
corroborar que aquella no fue una jornada más, sino un punto de inflexión; el
momento justo en el que al pollo naranja le salieron los espolones. Son
encuestas, solo encuestas, se podría decir en el gallinero de los otros
contendientes para tratar de subir el ánimo ahora alicaído. Son encuestas, solo
encuestas, se podría escuchar en el corral de Rivera como precaución, para que
el exceso de optimismo no evite que pierdan por pensar que ya han ganado. Pero
se mienten. En un lado y en otro saben que el recambio ha llegado.
Saben, además, que esa foto, aunque parezca solo un trozo de tiempo
detenido, contribuye a que la nueva realidad se configure en la línea que la
fotografía indica. Un padre, cuando en una estampa familiar comprueba que su
hijo ha alcanzado su talla, es consciente de que esa es la última vez que le
podrá mirar por encima. La biología impone que él merme y el vástago crezca.
Electoralmente sucede lo mismo y más, porque en el sistema español el
propio retrato incide en los crecimientos y decrecimientos. En los sistemas a
doble vuelta, pongamos el francés, la primera convocatoria capta los deseos de
cada votante y la segunda -con solo dos contendientes en liza- elige al menos
odiado. En el modelo patrio, con una sola llamada, cuando son más de dos los
que cuentan con opciones, las encuestas ejercen de primera vuelta, dibujan el
mapa. Así, entre PP y Ciudadanos, muchos hubieran elegido la segunda opción
pero, ante el riesgo de que eso supusiera la derrota de ambos, terminaron votando
a las huestes de Rajoy. Ahora, estando a la par, ese riesgo no existe y
aquellos mismos votarán naranja, un tirón que arrastrará a muchos más. Traspolando
las palabras de Jorge Valdano referidas a otro ámbito, se puede decir que unas
elecciones son un estado de ánimo y las encuestas, y quien las paga, ayudan a
moldearlo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-01-2018
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