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En este interregno malicioso, dado que la aritmética electoral
marca que el primer paso para salir del ‘en funciones’ tenga que venir desde
las izquierdas, las derechas andan un pelín soliviantadas. Este espacio
político y, sobre todo, social, se autootorgó la potestad de decidir por todos la
traza de la linde que separa lo que es españolamente válido y lo que es inválido
españolamente hablando.
Pues bien, si partimos de que la derecha española vive
tiempos convulsos, que a una mano y a otra andan compitiendo por ver quién es
más español, español, y le sumamos que nada es más difícil de gestionar que el
silencio cuando es otro el que agarra la sartén por su mango, obtenemos como
resultado un sinfín de profetas que aventuran el llorar y crujir de dientes a
la vuelta de la esquina.
Mas, sentimentalismos aparte, y al menos hasta el día de
hoy, tanto vale un voto de un tendero de Malgrat de Mar como otro de una
ingeniera de Peñafiel, uno de una universitaria de Hernani como otro de un
jubilado de Ciudad Rodrigo. Queramos lo que queramos, deseen lo que deseen, la
realidad de este país es demasiado compleja como para enjaularla en tres frases
huecas, como para embotellarla en una u ocho esencias. Esa diversidad es lo que
hay, es lo que somos. El resultado de las elecciones es, tal cual, lo que votamos. Los acuerdos están dentro de lo que marca
esa ley con la que se dan golpes de pecho los que desprecian la posibilidad de
acuerdos entre diferentes. Y no, el fin de los días no está tan cerca, ni los
jinetes del apocalipsis andan cruzando los Pirineos. Ni, por cierto, señora
Álvarez de Toledo, el momento político es peor que cuando ETA mataba.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-12-2019
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