Si el fin de semana pasado escribía que el partido ante el Sporting servía al Pucela para obtener una información que aportaba una idea cabal del propio estado, el de este domingo, ante un rival que nos acompañó en la cuesta abajo a la Segunda División y que no salía derrotado desde mediados de agosto, se convertía en una reválida, en la segunda prueba de un examen de evaluación. En Gijón, en feudo ajeno, la prueba fue por escrito; contra el Eibar, en casa, tocaba la oral: correspondía tomar la iniciativa, elegir tema y desarrollarlo. Pese a la dureza, no se arredró. Guardo silencio mientras componía su exposición, esperó el momento y, una vez se arrancó, supo exponer sus tesis con soltura.
Pero, siempre aparece un pero, da la sensación de que, mientras no permitan jugar con doce, la apuesta por tener a la vez dos delanteros obliga a vivir con una carencia: o se prescinde de un extremo puro o se subsiste sin la figura de un mediapunta –aunque por eso de la simetría tenga que partir desde una banda–. Traducido al pucelano, sin Toni o sin Plata. Las circunstancias, el malestar físico de Plata, permitieron que se presentaran, una tras otra, las dos opciones.
Y apareció la versión buena de Toni. Y lo que me alegro. No puedo esconder mi debilidad por él aun reconociendo que, pese a tenerlo todo, no termina de romper. En los días de nones me pregunto qué ocurre para que su talento no aflore con cierta regularidad. La respuesta puede que esté en el ámbito de la sexología, en lo que se denomina 'el rol del espectador'. Para que el goce sexual se produzca, es necesario que el cuerpo tome sus decisiones, que se deje arrastrar por la pasión. Sin embargo, en ocasiones, ante una primera vez con una pareja, ocurre que, por querer quedar tan bien, por desear que todo salga a pedir de boca, la cabeza, en vez de liberarse, se coloca en actitud observadora bloqueando la reacción del propio cuerpo. Se produce por una autoexigencia, la de ser bueno en la cama, devenida de una presión social de sobras conocida. En el caso de Toni, la presión de demostrar que es tan bueno en el campo como todos sospechamos que puede ser le lleva a que, en vez de dejarse llevar por el instinto, esté pendiente básicamente de cumplir con lo que el entrenador le pide. Y en vez de liberarse, pretende quedar bien. Pero cuando se libera...
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-11-2021
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