jueves, 25 de mayo de 2023

YO TENGO UN GOZO EN EL ALMA, ¡GRANDE!

Ha habido, pocos pero ha habido, algún triunfo del Pucela que me ha provocado un placer similar; jamás, sin embargo, se produjo derrota del Barça que me provocara más gozo, que disfrutara con mayor deleite, en la que celebrase con mayor carga de alivio el triple pitido final. Cuenta que no son tantas las victorias blanquivioleta ante los azulgrana, otras dos en lo que alcanza este siglo, ambas en Zorrilla. Para toparse con la inmediatamente anterior, la memoria habrá de desandar casi un decenio, hasta marzo de 2014. Las huestes pucelanas, entonces dirigido por Juan Ignacio Martínez, JIM, –aquel entrenador que vestía como lo habría hecho cualquier señor castellano para ir a misa un domingo cualquiera–, se impusieron con el gol único y suficiente de Fausto Rossi. Para atinar con la previa, corresponde escarbar hasta el subsuelo de la centuria, hasta octubre de 2002 cuando, al mando de Moré, primero Aganzo y posteriormente Pachón taladraron la portería culé y convirtieron en inútil el postrero tanto de Saviola.
Cuenta que este triunfo porta el aire imprescindible para sobrevivir justo cuando menos se podía prever; sirve como un nado para acercar al equipo a la orilla –ojo, que hay quien muere ahí– desde la que se vislumbra la tierra salvífica. El de 2014 se produjo a falta aún de un largo trecho de once partidos, alegró pero no se celebró con alharacas («Solo algo mejor», titulé aquel día), prolongaba una agonía que declinó hasta el descenso final. El de 2002 ocurrió en la sexta jornada, un mundo por delante.

Cuenta que en la previa cundía el desánimo, que el realismo caminaba disfrazado de un pesimismo prudente, que el infausto partido de Cádiz había laminado cualquier esperanza; cuenta que la afición, la venda antes de una herida presupuesta, estaba de inicio más pendiente de repartir culpas, bolsas negras mediante, por la debacle asumida que de insuflar la última bocanada. Más de un plástico se habría de interponer entre los ojos de algún aficionado y el primer gol.

Cuenta que en los días anteriores me bombardeaba el perverso recuerdo de aquella pérfida última jornada de la 2009–2010 en que entre Pucela y Barça uno habría de llorar y le correspondió secarse las lágrimas, maldita ley de vida, al pobre. Este menda, nunca lo escondí, hubiera blasfemado en cualquier circunstancia. Cuenta, que de esta mi doble devoción, la parte pucelana se va adueñando del conjunto; que esta vez, a mayores, la culé nada tenía en juego.

Y ahí radica parte de la explicación, en la colisión entre ganas y desgana, hambre y digestión, necesidad y playa. El Pucela tropezó con un Barça que –usando la expresión chilena que me enseño Vicky, una de mis alumnas, al referirse a un amigo que se dejó camelar por una llamada publicitaria de una compañía de teléfonos– anduvo, llevaba tiempo, volando bajo. Escucho que el Sevilla, visitante anterior, no se jugaba tampoco nada y compitió, cierto, pero disputaron porque mantenían el pulso, el ritmo competitivo. El fútbol actual impone 'acción y reacción', pero no como marca la tercera ley de Newton sino como la obligación de estar preparado para realizar lo próximo mientras se ejecuta lo presente. El Barça, saturado y satisfecho, pensaba después de recibir, perdía siempre una décima. Así, los blanquivioletas se llevaron todos los balones divididos logrando más opciones, más ventajas en la colocación. De esta manera llegaron tres goles, dos postes... y, a pesar de ello, algún susto. Que los buenos, cuando son buenos, te la lían casi sin proponérselo. Masip sacó dos o tres balones que llevaban malas intenciones. Susto sin daño. Este menda goza.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-05-2023

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