Las organizaciones políticas, paradigmáticos sistemas termodinámicos, responden fielmente a este principio. Aparentemente, advertimos lo opuesto: cada vez existe más orden, menos enfrentamiento, apenas discusión. En realidad, tales circunstancias no son sino síntomas de una afección: el vaciamiento del artículo sexto de la Constitución. Por cinismo unos, otros por resignada animosidad, con la excusa de ‘la unidad’, con el señuelo de no perjudicar al partido en unas siempre cercanas próximas elecciones, han tornado en mera herramienta al servicio de camarillas empoderadas al “instrumento fundamental para la participación política”. De que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”, por obvio comentario, ni hablo.
Eso sí, cuando alguna costura rasga, cuando algún desequilibrio interno estalla, el estrépito resuena incluso aunque se produzca en nuestra tierra, por hábito poco dada a visceralidades, de cotidiano poco percibida. La explosión de Tudanca, quién lo iba a decir, con la respuesta de Sánchez, quién no lo iba a pensar, ha plasmado otras dos afecciones: una, definida en El Norte por Susana Escribano, “el mandoble de Ferraz supura trato colonial”, materia para disertar, tiempo habrá; la otra, también aquí, por Nacho Foces, “y con él -Tudanca, como podría apuntarse de la de Sánchez, de la de Feijóo, de la de Mañueco-, la troupe de a 90.000 euros”, el cobro obliga a fidelidad. La no política, la no libertad, la no representación.
En el avance de un modelo social, el fin va justificando los medios, desaparecen límites porque siempre alguien los sobrepasó antes. Los sistemas evolucionan hasta convertirse en trampantojos. La sociedad indica o emula ese camino, se desplaza en paralelo.
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